Artículo publicado por Vicenç Navarro en la columna “Dominio Público” en el diario PÚBLICO, 19 de junio de 2014
Este artículo critica la falta de democracia existente en España, que queda reflejada en la unánime respuesta favorable a la coronación de Felipe VI por parte de todos los mayores medios de información del país, contrastando tal unanimidad con la baja valoración que la población da a la Monarquía y la creciente preferencia de la población por la alternativa republicana en lugar de la monárquica.
Debido al enorme dominio que sobre el proceso de Transición de la dictadura a la democracia tuvieron en España los herederos del régimen dictatorial anterior, la democracia en este país está enormemente limitada. Lo que está ocurriendo estos días a raíz de la abdicación del Rey y del nombramiento de su sucesor es un indicador de ello. En realidad, no sería frívolo preguntarse si existe hoy una democracia desarrollada y madura en España.
Para aquellos que consideren esta pregunta una provocación merecedora de ser ignorada, les invito a que hagan un ejercicio fácil de hacer: léanse, durante el día de hoy, los editoriales de todos los principales rotativos escritos del país y escuchen los editoriales de las principales cadenas televisivas y radiofónicas que cubren la abdicación de Juan Carlos y la coronación de su hijo Felipe, y analicen lo que dicen, escriben o proyectan. Estoy escribiendo este artículo el día anterior, miércoles 18, a la coronación del nuevo Rey, Felipe VI, y le puedo predecir, lector, con toda seguridad que, en base a la experiencia acumulada durante todos estos años desde que ocurrió la Transición, mañana, día 19 (hoy, cuando usted esté leyendo este artículo), día de la coronación, no habrá ningún rotativo escrito en España entre los más importantes del país, ni ningún canal de televisión, ni ninguna radio pública o privada (repito, ni uno) que editorialice a favor de que haya en este país una República, el sistema político que existía en España hasta que fue interrumpido por un golpe militar en el año 1936, instaurando una Monarquía. El régimen liderado por el General Franco, que impuso una de las dictaduras más sangrientas que Europa haya conocido (por cada asesinato político que cometió Mussolini, Franco cometió 10.000, según el Profesor Malefakis, Catedrático de la Universidad de Columbia, Nueva York, experto en el fascismo europeo), impuso también la Monarquía, nombrando a dedo al Monarca, Juan Carlos I, que hoy transfiere su corona a su hijo Felipe VI.
Insisto al lector que haga este ejercicio que le sugiero, y que saque las conclusiones correspondientes. Verá que hay una unanimidad (que no tiene nada que envidiar a la unanimidad mediática existente en Bulgaria durante el régimen comunista) en todos los mayores medios de información (repito, todos, sin ninguna excepción) a favor de la Monarquía y en contra de la República. En realidad, desde que el Rey Juan Carlos anunció su abdicación hace unos días, ha habido en España una movilización masiva y unánime en dichos medios para promover la figura del que hoy se convertirá en Felipe VI.
La democracia totalitaria
Basado en esta experiencia, muy sintomática del sistema político existente en España, es justo y necesario (por mero rigor científico) añadir el término totalitaria al comúnmente utilizado por tales medios para definir al sistema político existente en España, es decir, democracia. Existe, pues, en España un régimen democrático totalitario, es decir, un régimen político que se considera democrático, que intenta configurar (predominantemente a partir de los mayores medios de información y persuasión) la sociedad en todas las dimensiones del ser humano, incluyendo la escala de sus valores. Se me dirá, con razón, que en la mayoría de sociedades llamadas democráticas los medios de información están altamente influenciados (directa o indirectamente, a través de sus instrumentos políticos) por los intereses financieros y económicos dominantes en aquellas sociedades. Pero el caso español es claramente extremo, debido a la inexistente diversidad ideológica de esos medios de información, con una clara marginación de las izquierdas radicales (manipuladoramente llamadas antisistema), que son excluidas sistemáticamente de tales medios.
Esta unanimidad totalitaria no refleja, por cierto, una unanimidad basada en un consenso popular, sino que es una unanimidad totalitaria impuesta a la población, pues es importante señalar que, incluso a pesar de ser un sistema mediático casi dictatorial (y no hay otra manera de definirlo), existe hoy en España una minoría muy extensa (que alcanza una mayoría entre la juventud) que prefiere la República por encima de la Monarquía. Según la última encuesta del CIS, la Monarquía es una de las instituciones menos valoradas en el Estado español. Y según la encuesta más creíble y menos manipulada sobre las preferencias de los españoles (Metroscopia, diciembre de 2011), el 49% apoyaba la Monarquía y el 37% la República. En realidad, es más que probable que si hubiera una auténtica libertad de prensa, la gran mayoría de la población española preferiría vivir en una República. De ahí el enorme control de los medios (la unanimidad mediática totalitaria), donde la alternativa republicana, como opción para España, es sistemáticamente discriminada.
Soy consciente de que se me acusará de ser injusto con el sistema político actual, porque existen elecciones y la población vota con un enorme abanico de ofertas electorales, incluyendo un gran número de partidos de izquierda. He respondido a este argumento (ver la sección política de mi blog www.vnavarro.org) mostrando los enormes déficits del sistema representativo español debido, en parte, a su injusto sistema electoral. He mostrado en varias ocasiones que los espacios parlamentarios, incluidas sus mayorías, no responden al deseo popular, siendo la situación actual un ejemplo de ello. Un partido que en 2011 tuvo solo el apoyo de un 32% del censo electoral, y que en las últimas elecciones a nivel de todo el Estado alcanzó solo el 11% de ese censo, tiene una mayoría abrumadora en el Congreso de los Diputados. Es más, este sistema representativo tan enormemente limitado carece prácticamente de formas de democracia directa y participativa, limitando el significado de democracia a votar cada cuatro años por opciones políticas que frecuentemente no cumplen (como es el caso de ahora) con lo prometido en su oferta electoral. Es totalmente lógico que el eslogan del 15-M “no nos representan” sea ampliamente compartido por la mayoría de la ciudadanía española.
Esta situación es enormemente inestable, y se acentuará debido al surgimiento de nuevas generaciones más exigentes con sus instituciones democráticas, claramente insuficientes, cuando no antidemocráticas. La dictadura había dejado su huella en la ciudadanía, que había dejado un poso de miedo y pasividad que están desapareciendo rápidamente. Las nuevas generaciones están dejando de tener miedo y exigen que la práctica democrática corresponda a lo que dice la teoría, denunciando la obvia hipocresía del discurso dominante, hegemónico en los medios de información y persuasión. Esta demanda por una democracia real es hoy en España enormemente subversiva. Es una demanda que entra inmediatamente en conflicto con las estructuras de poder financiero-económico, además de mediático-político. Al movimiento 15-M (uno de los movimientos más importantes y necesarios para la salud democrática del país) le siguió el 22-M con las Marchas por la Dignidad (una de las manifestaciones más importantes que ha habido en España en los últimos años, ignorada en los medios), y más tarde continuó con el crecimiento de las izquierdas y la aparición de Podemos, que en seis meses se ha convertido en la cuarta fuerza política del país. La coronación de Felipe VI y la movilización mediática para auparlo es un intento desesperado de construir un dique frente a estos tsunamis democráticos.
Las grietas del totalitarismo mediático
Hace unas semanas (a raíz de las elecciones europeas) vimos un fenómeno que mostró el impacto de ese totalitarismo en los medios. Por primera vez se había permitido durante estos últimos meses la aparición de voces democráticas contestatarias y radicales en importantes fórums televisivos, tales como la Sexta. Se permitieron voces, tales como Pablo Iglesias, entre otras, que de una manera periódica y consistente pudieron exponer posiciones radicalmente democráticas con una denuncia de las estructuras existentes, lo cual, predeciblemente, tuvo un gran impacto en tocar temas tabús en el país, conectando con el malestar existente entre las clases populares. La aparición de tales grietas explica la oportunidad de llegar a la población, con las consecuencias políticas predecibles y que hemos observado. Que no ocurriera antes fue debido a que no se permitían que dichas voces radicales aparecieran sistemáticamente en tales fórums. Esta infrecuencia era un indicador de que el establishment mediático, dependiente del establishment financiero (entre otros), no permitía esas voces. La censura ha sido una constante en la promoción de mensajes y discursos en aquellos medios. Lo sé por propia experiencia. Cuando surgió el movimiento 15-M, yo había preparado, junto con Juan Torres y Alberto Garzón, el libro Hay alternativas. Propuestas para crear empleo y bienestar social en España, que cuestionaba el dogma imperante reproducido en la prensa escrita, en la televisión y en la radio de que no había otra alternativa que llevar a cabo las políticas de austeridad que se estaban imponiendo a la población. Tal libro había sido aceptado para publicación por la editorial más próxima al mayor rotativo del país. Súbitamente, la impresión del libro se interrumpió debido a las presiones por parte de la banca, que estaba negociando la renovación del crédito a tal editorial, que estaba profundamente endeudada. Ello nos forzó a los autores a publicarlo en otro fórum, conociéndose ampliamente y siendo utilizado con gran frecuencia por el movimiento 15-M, entre otros, para señalar que sí había alternativas.
Los mayores medios de información y persuasión son conscientes de que juegan un papel clave en el sostenimiento de la estructura de poder económico, financiero y político del país, cuyo centro hoy es la Monarquía. De ahí que hoy el totalitarismo de este sistema vuelva, una vez más, a intentar controlar que la población, los súbditos del Reino, no se agiten y acepten la realidad impuesta. Pero el establishment español es plenamente consciente de que está perdiendo, no solo popularidad, sino también legitimidad. Y de ahí el crecimiento de la represión, incluyendo la represión intelectual, reforzando la unanimidad totalizante de los medios alrededor de la figura de Felipe VI, prohibiendo o dificultando la aparición de voces y movimientos a favor de la República. Y a esto le llaman democracia.
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