Artículo publicado por Vicenç Navarro, 28 de septiembre de 2011
Este artículo critica la ayuda de los bancos de los cinco Bancos Centrales más importantes del mundo, incluyendo el Banco Central Europeo, a los bancos europeos. Esta ayuda se está haciendo sin ningún tipo de condiciones, lo cual equivale a un regalo a la banca por parte de las autoridades públicas de las cuales los Bancos Centrales son parte.
Los mayores bancos europeos han estado comprando deuda pública de Grecia, Portugal e Irlanda, exigiendo unos intereses claramente abusivos a los respectivos Estados, ayudados por las agencias de valoración de bonos públicos que deliberadamente presentaban la situación de tal deuda pública como problemática, a fin de conseguir unos intereses más altos, y con ello unos mayores beneficios. Es así como lo que llaman la prima de riesgo ha ido aumentando. Y hace poco comenzaron con España y con Italia.
El pago de esta deuda pública está forzando el debilitamiento e, incluso, en algunas ocasiones, el desmantelamiento del Estado del Bienestar en estos países. Donde este proceso ha avanzado más es en Grecia, donde las políticas de austeridad han alcanzado unos niveles casi incompatibles con el mantenimiento del orden social. Las movilizaciones de protesta popular están alcanzando unos niveles de conflictividad nunca vistos en aquel país durante su periodo democrático.
Tales políticas de austeridad, además de afectar muy negativamente el bienestar de las clases populares de estos países, está reduciendo todavía más el nivel de demanda doméstica, dificultando su recuperación económica. En realidad, la situación económica en Grecia ha alcanzado un deterioro tal que casi ha colapsado la economía. Este colapso y el temor de que contamine a otros países que están siguiendo también estas políticas de austeridad, ha creado un pánico entre los mayores bancos que tienen bonos públicos griegos, pues, de no cobrarlos, las pérdidas serían muy elevadas. Su propia avaricia, pidiendo intereses más y más altos, está matando la gallina de los huevos de oro. Y ahora les entra pánico. De ahí las llamadas de que los bancos tienen que “capitalizarse”, es decir, que tienen, una vez más, que rescatarse del colapso que ellos han contribuido a crear.
Y, como no, los bancos centrales más importantes del mundo, además del Banco Central Europeo (el Federal Reserve Board, el Banco de Inglaterra, el Banco de Suiza y el Banco del Japón), están imprimiendo dinero y se lo dan (en realidad se lo prestan a unos intereses ridículamente bajos) para salvarlos. Y lo hacen sin ninguna condición, tal como ocurrió hace cuatro años. Nos encontramos con una situación casi idéntica a la que existía hace cuatro años cuando el sistema financiero casi colapsó. Entonces, los Estados les ayudaron sin pedir nada a cambio. Lo mismo que ahora. Podrían, por ejemplo, ayudarles con la condición de que garanticen la disponibilidad de crédito, o que eviten las prácticas especulativas, o que compren deuda pública de sus países a unos intereses razonables y no exagerados como ahora. Pues no. Nada de esto se les ha pedido. Les dan el dinero, y ya está.
Comparen ahora el comportamiento del BCE con la banca privada europea con el comportamiento del BCE con los Estados de la Eurozona. El BCE, un organismo público (controlado por la banca) no da ni presta dinero a los Estados de la Eurozona, ni compran deuda pública de tales países (sólo en situaciones excepcionales) forzándoles a que reduzcan más sus Estados del Bienestar. Los Estados tienen que conseguir el dinero, no del Banco Central Europeo, sino de los Bancos (que recibieron el dinero del BCE a un 1%) que se lo prestan entonces a unos intereses del 6%, 7%, 8%, e incluso el 12%.
Viendo esta situación creo que canalizar la indignación hacia los mercados y hacia la banca, aunque necesario como medida educativa y pedagógica (enseñando a la ciudadanía el rol que juegan los bancos y el capital financiero en la crisis actual), es insuficiente porque cada una de estas decisiones que permiten y reproducen esta situación la toman no sólo los banqueros, sino los propios políticos. Las políticas públicas que permiten estos comportamientos son diseñadas y aprobadas por las élites políticas del Estado. Los Bancos Centrales son autoridades públicas y sus gobernadores designados por nombramiento político. El nombramiento del Gobernador ultraliberal del Banco de España, el Sr. Fernández Ordóñez, que se sienta también en el Consejo del BCE, fue realizado por el Presidente del gobierno socialista español.
En lugar de proveer ayuda a los bancos, el BCE podría haber apoyado a los Estados. Esto es también una decisión política. Y como bien dijo Joseph Stiglitz en su día, con la enorme cantidad de dinero público que ha recibido la banca privada, podrían haberse establecido bancas públicas que hubieran garantizado la disponibilidad de crédito. Y cuando se ayudó a la banca hace cuatro años y ahora, podría haberse hecho tal ayuda condicionada a toda una serie de medidas que hubieran permitido la reactivación de la economía.
Enfatizar la culpabilidad en los mercados o en la banca es diluir la responsabilidad que las instituciones mal llamadas democráticas tienen en esta situación. No olvidemos que por cada decisión –por cada recorte de gasto público social -por ejemplo- podría haberse considerado una alternativa. En lugar de congelar las pensiones e intentar ahorrar 1.500 millones de euros, podría haberse mantenido el impuesto de patrimonio que recogía 2.500 millones, Y así, recorte por recorte. De ahí que es importante recuperar categorías de análisis como poder de clase y Estado, que sirvan para mostrar las enormes insuficiencias de lo que se llama democracia. Como he dicho en varias ocasiones, la petición más transformadora, incluso revolucionaria, que hoy puede hacerse es exigir que las instituciones llamadas democráticas sean auténticamente democráticas. Los establishments políticos, mediáticos, financieros y económicos no lo permitirán. Y ahí está el campo de batalla al que mi amigo Noam Chomsky, en su introducción al libro Hay alternativas que hemos escrito Juan Torres, Alberto Garzón y yo, define como la guerra de clases –class war- que, redefiniendo la que existió en épocas anteriores, es la guerra de una minoría que controla las instituciones financieras, económicas, mediáticas y políticas en contra de todos los demás, la gran mayoría de la ciudadanía.
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