Article publicat per Vicenç Navarro a la columna “Pensamiento Crítico” al diari PÚBLICO, 17 d’abril de 2015.
Aquest article denuncia la incoherència que apareix en la cobertura mediàtica de dos fets de gran importància succeïts en les últimes setmanes, que arriba a nivells de plena hipocresia.
Han ocurrido en estas últimas semanas unos hechos cuya cobertura mediática merece especial atención. Uno ha sido las declaraciones de la Presidenta del Fondo Monetario Internacional (FMI), la Sra. Christine Lagarde, subrayando que un fenómeno muy negativo y preocupante que ha estado ocurriendo en el mundo, incluyendo en los países a los dos lados del Atlántico Norte, es el enorme crecimiento de las desigualdades que está interfiriendo, no solo en la eficiencia de las economías, sino también en el bienestar de las poblaciones. Estas declaraciones han sido transmitidas y comentadas positivamente por los mayores medios de información en España, presentándolas como indicador de la sensibilidad social del FMI e incluso como muestra de una preocupación de tal institución por la calidad de vida de la mayoría de las poblaciones afectadas negativamente por tal incremento de las desigualdades.
En ninguna parte de estos mayores medios se ha publicado, sin embargo, que el FMI ha sido y continúa siendo una de las instituciones más responsables de dicho crecimiento de las desigualdades. Veamos, por ejemplo, lo que ha pasado y continua pasando en Grecia. La falta de protección que el Banco Central Europeo, BCE (que ha sido más bien un lobby de la banca en vez de un Banco Central), ha ofrecido a los Estados de la Eurozona, incluyendo al Estado griego, frente a la especulación de los mercados financieros explica que los bancos privados alemanes, franceses, españoles y griegos, entre otros, se forraran de dinero comprando deuda pública al Estado griego a unos intereses abusivamente altos. Estos bancos privados conseguían dinero a unos intereses bajísimos del BCE y con este dinero compraban deuda pública griega a unos intereses altísimos. Sin duda era el chollo del año para el capital financiero (ver mi artículo “El escándalo y latrocinio de la deuda griega”, Público, 3 de febrero de 2015).
Pero, como sanguijuelas que son, tales bancos privados chuparon tanto del cuerpo (en este caso, el Estado griego) que éste estuvo a punto de morir. Y si hubiera muerto, los bancos habrían sufrido unas enormes pérdidas. De ahí que el FMI, el BCE y los Estados de la Eurozona les compraran enseguida a los bancos privados la deuda pública que tenían, evitando por tanto que éstos colapsaran. Es lo que se llamó “rescate bancario”. Tanto los Estados como el FMI y el BCE son organismos públicos, es decir, financiados públicamente, lo cual quiere decir que la ciudadanía de esos Estados –gente como usted y yo, lector- pagó millones y millones de euros a los bancos privados para su rescate. Y ahora la Sra. Lagarde le está exigiendo al Estado griego que le pague a la institución que dirige, el dinero que se gastó salvando a los bancos.
¿Y quién se benefició de este rescate? ¿Quiénes dentro de los bancos? Pues les aseguro que no fue la gente normal y corriente. Los que se beneficiaron enormemente fueron los banqueros y los accionistas de tales bancos, además de los depositarios de grandes fondos de depósitos. En contra de la teoría neoliberal del capitalismo popular (en el que supuestamente la gente común es la que posee acciones en las instituciones financieras) la concentración de la propiedad del capital financiero es enorme. Un porcentaje muy reducido de la población –los ricos y los súper-ricos- son los que tienen la gran mayoría de los depósitos y acciones en los bancos. Este rescate a los bancos benefició, pues, a estos ricos y súper-ricos, a costa del dinero de los ciudadanos que, además de ver cómo sus servicios públicos iban siendo recortados (para que el Estado pudiera pagar el rescate) eran los que tenían que pagar los impuestos, para pagar los rescates. Sería difícil diseñar un proceso más perverso, en beneficio de una minoría privilegiada y a costa de la mayoría. Y uno de los diseñadores del sistema fue y continúa siendo el FMI, que la Sra. Lagarde preside, la misma señora que ahora lamenta que las desigualdades estén creciendo tanto. Mientras, los mayores medios de información (endeudados hasta la médula), todos ellos serviles al capital financiero, no dicen ni pío, alabando a la Sr. Lagarde por su supuesta sensibilidad social.
Por cierto, acabo de leer en El País las declaraciones del Sr. Blanchard, Director del mismísimo FMI, y del Sr. Draghi, Presidente del BCE, lamentándose de que España tenga un desempleo tan elevado, proponiendo, una vez más, que el gobierno Rajoy desregule todavía más el mercado de trabajo que, como toda la evidencia ha mostrado, empeorará todavía más la situación, aumentando el desempleo. Es impresionante ver el grado de dogmatismo que tales personajes tienen, impermeables a la evidencia científica tan abundante y convincente que existe de que las reformas laborales propuestas por tales personajes y llevadas a cabo por los gobiernos españoles, han sido en gran parte responsables del incremento del desempleo.
El otro gran caso de la hipocresía de esta semana
El otro hecho remarcable estos días ha sido la cobertura mediática en los grandes medios de la muerte de Eduardo Galeano, uno de los escritores más coherentes que ha producido Latinoamérica, cuya pluma estaba al servicio de la población súper explotada que vive en aquel continente. Conocí a Eduardo cuando los dos servimos en el Tribunal de los Pueblos, un tribunal popular establecido para juzgar las enormes violaciones de derechos humanos que estaban ocurriendo en aquel continente. El Tribunal se reunió en varios Estados en Latinoamérica, no siempre en condiciones fáciles ni normales, donde estaban teniendo lugar tales violaciones. Era una persona que irradiaba sencillez, camaradería, bien hacer y compromiso con aquellos que no tienen voz. No hay duda que es el autor más conocido y estimado a nivel de calle en Latinoamérica. Ignorado y marginado por los grandes centros del establishment latinoamericano y europeo, sus escritos han sido leídos y han impactado a millones y millones de lectores que siempre terminaban la lectura agradeciéndole, como amigo, que hablara y escribiera en nombre de todos ellos. Era la voz de los sin voz, que son la mayoría.
Es, pues, notorio, que su muerte haya tenido tanta resonancia en los mayores medios del establishment. Todos ellos –los cinco rotativos más importantes del país y los seis canales de mayor audiencia de televisión-, que durante todos estos años han marginado su trabajo (mientras promovían al escritor Mario Vargas Llosa, la voz del Capital en América Latina, defensor a ultranza del neoliberalismo que ha causado tanto dolor y sufrimiento en aquel continente) le han dedicado grandes elogios. Sin embargo no es sorprendente, era predecible: siempre hacen igual. Estos medios celebran las voces críticas cuando se mueren, no tanto para celebrarlo, sino para aparentar, con sus alabanzas, que son equilibrados y que reflejan una diversidad en sus páginas que en su vida diaria niegan y carecen de ella. Sus páginas laudatorias post mortem a Eduardo Galeano son la hoja de parra que oculta su desnudez. Son otro ejemplo de su enorme hipocresía.