Article publicat per Vicenç Navarro a la revista TEMAS PARA EL DEBATE, 6 de juny de 2012
Aquest article mostra la part negativa de l’amonetat “miracle” econòmic de Xina, rarament presentat als mitjans.
Desde hace años China se presenta como un “milagro de desarrollo económico”. Desde el principio del milagro, la economía china ha crecido anualmente un 9 – 10% de promedio. Y el Fondo Monetario Internacional ha vaticinado que la economía de China sobrepasará a la estadounidense en el año 2016. Este milagro se atribuye a la liberación de la economía, rotos sus enlaces con el estatismo que precedía al periodo anterior a los años 80, cuando el supuesto milagro comenzó. Autores de persuasión neoliberal han mostrado durante bastante tiempo que China es prueba del éxito de las políticas neoliberales. Un análisis más riguroso de cómo funciona la economía china, sin embargo, no avala tal tesis. En realidad, el crédito está, en su mayoría, controlado por el Estado, y las mayores empresas del país continúan en manos públicas, no privadas. China no es un modelo neoliberal. La imagen que más fielmente definiría su modelo sería el de capitalismo de Estado que, habiendo centrado las exportaciones como el centro de su crecimiento económico, ha descuidado la demanda doméstica, que ha conllevado consecuencias sociales altamente preocupantes, que apenas han aparecido en los medios. Los costes sociales de tal crecimiento han sido enormes.
Uno de ellos, consecuencia del énfasis en los sectores exportadores de la economía, es que tal desarrollo ha beneficiado de una manera muy acentuada aquellas urbes y regiones que producen tales exportaciones, a costa de sectores que tienen menor relación con las exportaciones. El coeficiente Gini, que mide el grado de desigualdades, ha aumentado espectacularmente. Este aumento de las desigualdades ha sido la causa de las grandes protestas y la agitación social que han amenazado la estabilidad del sistema dictatorial que rige aquel país. El número de huelgas y otras manifestaciones de descontento se han disparado, pasando de 76.774 en 2003 a 247.330 en 2009.
La economista china Wei Zhang acaba de publicar un informe, The Social Cost of China’s GDD Growth, The Johns Hopkins University 2012, que documenta las consecuencias de estas desigualdades, claramente visibles en las enormes diferencias en la esperanza de vida entre las distintas regiones del país. Así, la esperanza de vida promedio en Shangai (centro del sector exportador) alcanza ya los 82 años, quince años más que en las regiones rurales del Sur de China, como el Tibet. Puesto que la mayoría de la población vive todavía en las zonas rurales, la distribución del crecimiento económico se centra en las ciudades orientadas hacia la exportación. Su riqueza no se distribuye al resto de la población, con lo cual, las elevadas cifras promedio de crecimiento económico dan una visión sesgada de la mejora del bienestar y calidad de vida de la población. Los indicadores sociales están claramente retrasados frente al gran mejoramiento de los indicadores económicos. En realidad, el mejoramiento de los indicadores sociales durante el llamado “milagro económico” es muy lento en términos comparativos con otros países de semejante nivel de desarrollo, e incluso en términos comparativos con la época anterior “pre-milagrosa”. Así la esperanza de vida de China creció de 43 a 67 años desde 1960 a 1980. Pero a partir de 1980, al inicio del supuesto milagro económico, el crecimiento ha sido muy lento. Para pasar de 67 a 73 años, se han necesitado treinta años. En comparación, Cuba (que ha seguido un tipo de desarrollo económico basado en un crecimiento de la demanda doméstica) consiguió pasar de 67 a 73 años en sólo doce años (1965-1977). Un hecho semejante ocurrió en otros países como Portugal, México, Eslovenia, República Checa y Nueva Zelanda. En realidad, incluso países que tenían una esperanza de vida menor en 1980, alcanzaron cifras mejores que China en 2008. Algo parecido ha ocurrido con la mortalidad infantil. En 1970 la estadística era de 83 niños muertos de cada 1.000 nacidos vivos. En sólo diez años (1970-1980) esta cifra se redujo a la mitad, pero tal descenso dejó de ser tan acentuado a partir de 1980.
Es interesante notar que durante estos años de “capitalismo de Estado” se desmanteló el sistema nacional de salud, basado en las cooperativas agrícolas, pasando de un servicio nacional de salud a un seguro nacional de salud, en que tal aseguramiento pasó a ser privado, basado en contribuciones de los trabajadores y empresarios a las compañías de seguro sanitario. Ello disminuyó la equidad en el acceso a la sanidad, aumentando el gasto privado a costa del gasto público. Ello causó que la contribución de las familias al gasto sanitario haya pasado a ser un capítulo importante del gasto familiar (un 7,4% en 2010). Y, como ocurre con los sistemas de aseguramiento privado, los mayores beneficiarios de este coste de financiación no han sido las familias, sino las empresas aseguradoras, así como la industria de equipamientos sanitarios e industria farmacéutica, que pueden influenciar las decisiones sanitarias más fácilmente que en los sistemas nacionales de salud.
Tales cambios han respondido a una ideología promovida por las elites gobernantes (beneficiarias de tales cambios), que se presentan como promotores de la eficiencia económica. Han tomado el modelo sanitario estadounidense como modelo en un momento que, paradójicamente, en EEUU este modelo está totalmente desacreditado. Ello no es obstáculo para que el Banco Mundial promueva la privatización de los servicios sanitarios (y de otros sectores que permanecen todavía bajo propiedad y financiación pública), privatizaciones que benefician a los intereses privados (compañías de aseguramiento, gestores sanitarios, industria farmacéutica y equipamientos médicos, y hospitales, entre otros), a costa de la mayoría de la población.
Todos estos cambios han creado un gran malestar que se expresa en la agitación social citada anteriormente. El sistema de privatizaciones se está expandiendo (en transporte, banca, energía, telecomunicaciones, educación y sanidad) y el “capitalismo de Estado” está siendo sustituido paulatinamente por el capitalismo neoliberal que acentúa las desigualdades sociales, motor de la agitación social. Ello explica que uno de los pocos sectores públicos que está aumentando en el presupuesto nacional sea el capítulo de seguridad, que incluye la policía y organismos de seguridad. Junto con el capítulo de las fuerzas armadas, tal gasto representa el 16% del PIB, uno de los porcentajes más elevados del mundo. Y todo ello expresado, en la narrativa comunista, “en nombre” de la clase trabajadora, la cual se está despertando, atemorizando con ello a las elites gobernantes del Partido Comunista que, habiéndose constituido como una nueva clase, defienden salvajemente sus intereses en contra de tal clase.