Article publicat per Vicenç Navarro, 8 de maig de 2013
Aquest article assenyala que les intervencions públiques encaminades a prevenir l’obesitat basades en canvis en els comportaments de les persones vulnerables a l’obesitat, encara que són necessàries, són molt insuficients. Les epidèmies d’obesitat que avui la majoria de països estan experimentant requereixen intervencions públiques que incideixin en les condicions econòmiques i socials en què es troba la ciutadania.
Existe hoy una epidemia que está afectando a la salud y calidad de vida de la ciudadanía de un gran número de países a los dos lados del Atlántico Norte (incluida España). Esta epidemia es la epidemia de la obesidad y el sobrepeso. Obesidad es el término que define la condición de una persona que pesa un 30% por encima del peso que una persona debería tener según su altura y otras dimensiones de su cuerpo. Si su peso es inferior a este 30% pero mayor que el peso normal, entonces se dice que la persona tiene sobrepeso.
Esta epidemia de obesidad comenzó hace treinta años en la mayoría de países que actualmente la sufren. Así, en EEUU, la obesidad entre las personas de 20 a 74 años fue aumentando lentamente después de los años 60, pasando de un 14% en 1960 a un 18% de la población en 1980. Subió, sin embargo, a partir de 1980 siguiendo una progresión geométrica, es decir, de una manera mucho más acentuada, alcanzando el 35% en el año 2003, mientras que el porcentaje de personas con sobrepeso (que incluye a los obesos) pasó de un 48% en 1980 a un 68% en 2003.
Este incremento de la obesidad ha sido atribuido, por la mayoría de medios de información (incluidos los científicos) a tres principales causas: al deterioro de la dieta, a la falta de educación nutricional de la población y a la falta de ejercicio físico. Se han escrito miles y miles de artículos y libros sobre estos temas. Famosos cardiólogos con famosos chefs, por ejemplo, han escrito libros elaborando platos saludables, intentando influenciar en la dieta de la población y muy en particular de los sectores adinerados que van a los restaurantes de los famosos chefs.
Por otra parte, las autoridades públicas han realizado campañas masivas de educación y concienciación popular, intentando mejorar la cultura dietética de la población en general. También (aunque deberían hacer más) estas autoridades públicas han regulado algunas bebidas (como las azucaradas) y alimentos (como las grasas, cuya ingestión frecuente crea la obesidad), desalentando su uso y consumo por parte de la población. Estas medidas son necesarias e importantes. Pero la realidad muestra que son insuficientes. A pesar de estas campañas, la obesidad continúa creciendo, lo cual debería estimular una reflexión, no para diluir la importancia y necesidad de lo que se está haciendo, sino para expandir las áreas de intervención.
La olvidada o silenciada causa del incremento de la obesidad
Si miramos los datos sobre el crecimiento de la epidemia, podemos comenzar a ver las causas de la obesidad (causas que no aparecen en los medios, ni los científicos ni los de información general). En EEUU los casos de personas con obesidad se dispararon en millones a partir de los años ochenta. Debemos preguntarnos, pues, ¿qué ocurre en los años ochenta en EEUU? Como bien señala Douglas Kihn en su artículo “The Political Roots of American Obesity”, Truthout (4 de mayo de 2013), durante la década de los ochenta se llevan a cabo las políticas públicas iniciadas por el Presidente Reagan, que crean una gran inseguridad entre las clases populares. El darwinismo social que caracteriza las políticas neoliberales, llevadas a cabo por la administración Reagan, seguidas por las otras administraciones, crea una enorme ansiedad e inseguridad. El Presidente Reagan inicia su mandato con un ataque frontal a los sindicatos, dificultando la sindicalización de la población trabajadora, obstaculizando el desempeño de su trabajo, apoyando al mundo empresarial para que se deshiciera de ellos y de la protección laboral que proveen. Como consecuencia de estas políticas, solo el 7% de los trabajadores están afiliados (a pesar de que un 52% de los trabajadores desearía afiliarse, sin que lo hagan como consecuencia del miedo a las represalias empresariales). Resultado de ello es que los salarios desciendan, la protección social disminuya y las condiciones de trabajo se deterioren.
Esto implica que no solo la clase trabajadora pierde capacidad adquisitiva, sino que su seguridad en el trabajo queda disminuida de una manera muy acentuada. Como resultado, la inseguridad y la ansiedad caracterizan la vida cotidiana de la clase trabajadora (llamada clase media en EEUU), que es el eje de las clases populares. Miedo, temor, inseguridad y ansiedad se transforman en el pan de cada día, aumentando a medida que el nivel de cualificaciones y renta disponible disminuye. Una consecuencia de esta realidad es el aumento del consumo de alcohol, de drogas y del “fast food”, y con ello de la obesidad, generalizada en los sectores de la clase trabajadora sin cualificaciones y en paro. “Fast food” y bebidas azucaradas se convierten en alimentos casi adictivos, que son baratos, fácilmente accesibles y activamente promocionados.
Como bien ha dicho Adam Drewnowski, director del Nutritional Sciences Program de la Universidad de Washington en Seattle, “la obesidad va a empeorar, pues es el resultado tóxico de un ambiente económico que se está deteriorando”. Dicho programa ha analizado el aumento del diferencial de obesidad entre los distintos barrios urbanos, según la clase social de los barrios. La obesidad está generalizada en los sectores más vulnerables y menos protegidos de la sociedad, cosa que también está ocurriendo en España (incluyendo Catalunya). La obesidad no es un signo de opulencia, como solía ser, sino un síntoma de pobreza. Y es ahí donde aquellas medidas citadas anteriormente son de limitada relevancia.
No es de extrañar que las enfermedades que crecen más rápidamente sean aquellas debidas a la ansiedad y al estrés, tales como la colitis, la enfermedad de Crohn, la incontinencia urinaria, la impotencia sexual, las úlceras gástricas y otras enfermedades gástricas, el colon irritable, las enfermedades cardiovasculares y muchas otras. Este crecimiento ha sido particularmente acentuado en aquellos sectores de la población que se sienten más inseguros. Y puesto que EEUU es uno de los países con mayor inseguridad, es también el país donde el incremento de estas enfermedades (incluida la obesidad) ha sido mayor. En ningún otro país en el Atlántico Norte la obesidad ha alcanzado unos niveles tan elevados como en EEUU.
Esta inseguridad y ansiedad que experimentan las clases populares en su vida cotidiana crea también una inseguridad institucional en las estructuras de poder que desarrollan las medidas de represión para prevenir cualquier amenaza al orden (en realidad desorden) que gobierna el sistema económico-político. Desde 1980 a 2008, el número de personas encarceladas en EEUU se ha quintuplicado, pasando de ser medio millón en 1980 a dos millones y medio en 2008. Una persona de cada 31 está bajo el control del sistema penitenciario (bien en prisión o en libertad vigilada). La inseguridad de las clases populares puede originar una protesta generalizada que amenazaría a las estructuras de poder del país, lo cual explica el aumento de la represión. Y esto es lo que está pasando.
El caso de la epidemia de la obesidad y sobrepeso es un ejemplo claro del original social y político en muchas condiciones patológicas y enfermedades que intentan resolverse y curarse a base de cambios de comportamientos individuales de las personas afectadas, lo cual es necesario pero dramáticamente insuficiente. Para mejorar el bienestar y la calidad de vida, se requieren cambios políticos, sociales y económicos para ir estableciendo una sociedad que se centre en la optimización del bienestar y calidad de vida de la ciudadanía, en lugar de la acumulación del capital y concentración de la riqueza, que han sido el objetivo y las consecuencias de las políticas neoliberales.
Veure article en PDF