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Artículo publicado por Vicenç Navarro en la columna “Dominio Público” en el diario PÚBLICO, 6 de febrero de 2014

Este artículo critica los supuestos maltusianos que configuran gran parte del pensamiento conservador que existe en algunos movimientos ecologistas.

Una característica de los movimientos ecologistas en Europa es su enorme diversidad ideológica, lo cual se considera como una de sus fortalezas, cuando, a mi entender, podría ser una de sus debilidades. Un número considerable de ellos muestra una sensibilidad maltusiana, que asume que los recursos naturales, como por ejemplo, los recursos energéticos, son fijos, constantes y limitados, concluyendo con ello que el crecimiento económico es intrínsecamente negativo, pues consume unos recursos limitados que se irán agotando con el tiempo, creando una crisis global (ver mi artículo “El movimiento ecologista y la defensa del decrecimiento”, Público, 29.08.13). Estos movimientos han sido muy influenciados por Paul Ehrlich, el fundador del ecologismo conservador.

En Europa, sin embargo, parece desconocerse el movimiento ecologista de claras raíces socialistas (que lideró Barry Commoner, al que considero uno de los personajes más lúcidos que ha tenido el movimiento ecologista a nivel mundial). Barry Commoner alertó de las consecuencias reaccionarias que el maltusianismo puede tener. Y una de ellas es el movimiento a favor del decrecimiento, aun cuando, incluso ahí, depende de lo que se utilice para definir decrecimiento. El decrecimiento no es un concepto que pueda definirse sin conocer qué es lo que está creciendo o decreciendo. No es lo mismo, por ejemplo, crecer a base del consumo de energía no renovable, que crecer a base del consumo de energía renovable. Y no es lo mismo crecer produciendo armas que crecer produciendo los fármacos que curan el cáncer. El hecho de que haya una u otra forma de crecimiento es una variable política, es decir, depende de las relaciones de poder existentes en un país y de qué clases y grupos sociales controlan la producción y distribución de, por ejemplo, la energía. Barry Commoner solía mostrar cómo en Estados de EEUU en los que había habido gran consumo de energía contaminante no renovable, este consumo había variado a consumo de energía renovable, creando con ello incluso más crecimiento económico. El punto de debate no es, pues, crecimiento o no crecimiento, sino qué tipo de crecimiento, lo que es consecuencia de quién controla tal crecimiento. Este es el punto clave. Como señaló Commoner, las fuentes de energía han ido variando históricamente y ello no ha sido resultado de cambios tecnológicos (como por regla general se explica), sino de cambios políticos. Utilizar una forma u otra de energía es un proceso determinado políticamente.

El desconocimiento de la historia del socialismo

Esta es la realidad ignorada por los maltusianos, que desconocen también el enorme debate que ha tenido lugar sobre este tema en la historia del socialismo. En los primeros albores de las revoluciones socialistas, se creyó que el socialismo era la lucha por la distribución de la riqueza creada por los medios de producción, a los cuales se los suponía intrínsecamente positivos, meros instrumentos del progreso. Fue más tarde que se cuestionó este supuesto (que alcanzó su máximo exponente en la Unión Soviética), pues estos medios de producción reflejaban también los valores de los que los habían diseñado. Una fábrica de automóviles, por ejemplo, refleja unos valores que determinan cómo, cuándo y dónde se realiza la producción de bienes y servicios en esa empresa. Y estos valores eran los dominantes en la sociedad capitalista que había creado dichos medios. La protesta frente a esta interpretación del socialismo quedó expresada en el famoso eslogan de que “el socialismo no es capitalismo mejor distribuido”. Mi libro (conocido en el mundo anglosajón) crítico del productivismo en la Unión Soviética, Social Security in the USSR, Lexington Books, 1977, criticó este productivismo, prediciendo, por cierto, el colapso del sistema soviético. El libro fue prohibido en la Unión Soviética, considerándoseme como persona non grata.

Uno de los puntos que subrayé en aquel libro era que el socialismo tenía que cambiar no solo la distribución de los recursos, sino la forma y tipo de producción. Y para que ello ocurriera era fundamental cambiar las relaciones de poder en el mundo de la  producción (con la democratización de la producción, que es distinto a su estatalización) y cambiar el motor del sistema, de manera que el afán de lucro se sustituyera por el afán de servicio a las necesidades humanas, definidos democráticamente. Este fue uno de los debates más vivos que ha habido dentro de la sensibilidad transformadora socialista. Los debates sobre el significado de la revolución cultural china, por ejemplo, con la victoria en aquel país de los sectores capitalistas dentro del Estado chino, condujeron a la China actual, en donde el afán de lucro y el tipo de producción que condiciona han dominado aquel proceso, creando unas enormes desigualdades a la vez que crisis ecológicas.

Es obvio que un gran número de proponentes de las teorías del decrecimiento desconocen esta historia. Así, cuando Florent Marcellesi (“La crisis económica es también una crisis ecológica”, Público, 09.10.13) señala que el socialismo y el capitalismo son igual de insensibles a la necesidad de cambiar el tipo de producción y consumo, está ignorando estas discusiones dentro del socialismo. Es más, me pone a mí una etiqueta errónea, estereotipando lo que según él un socialista es y/o piensa. Me critica por pertenecer a la visión productivista del socialismo, visión que precisamente he criticado mucho antes y más intensamente que él. Marcellesi escribe  “Vicenç Navarro afirma por ejemplo que ‘si los salarios fueran más altos, si la carga impositiva fuera más progresiva, si los recursos públicos fueran más extensos y si el capital estuviera en manos más públicas (de tipo cooperativo) en lugar de privadas con afán de lucro, tales crisis social y ecológica (y económica y financiera) no existirían’”. Esta frase está extraída de un artículo mío que señalaba cómo salir de la crisis. Florent Marcellesi indica que ello no es suficiente para prevenir el supuesto agotamiento energético, y por lo tanto las crisis económicas y ecológicas, pues añade que “incluso si redistribuyéramos de forma equitativa las rentas entre capital y trabajo, y todos los medios de producción estuviesen en manos de los trabajadores, la humanidad seguiría necesitando los 1,5 planetas que consume hoy en día”.

Para llegar a esta conclusión (de que el cambio del proyecto capitalista a uno socialista no resuelve el problema, pues los dos, el capitalismo y el socialismo, creen en el crecimiento económico que agotará los recursos), Marcellesi asume erróneamente que yo estoy reduciendo el proyecto transformador (mi propuesta de cómo salir de la crisis) a una mera redistribución de los recursos, sin cambiar ni el tipo ni la forma de los medios de producción, ignorando no solo mis escritos, sino también la extensa bibliografía científica sobre la transformación del capitalismo al socialismo, cosa que ocurre con gran frecuencia entre ecologistas conservadores que, como he dicho antes, desconocen los intensos debates sobre los temas tratados derivados de otras sensibilidades políticas y de otros tiempos. Es obvio que Florent Marcellesi desconoce la historia del socialismo, y me pone en la casilla errónea (en la casilla productivista, a fin de poder llegar a sus conclusiones). Como he indicado, he sido una de las voces más insistentes en cambiar el tipo de producción en el proyecto de transformación socialista, y no se da cuenta de que la frase a la cual él hace referencia, sintetizando mi postura, tiene los dos elementos –democracia y cambio del motor del sistema- que rompen con el determinismo productivista que erróneamente me atribuye. No es mi objetivo polemizar con tal autor y ahora figura política, sino responder a críticas al socialismo basadas en un desconocimiento de su historia.

El determinismo energético no puede sustituir al determinismo político

Otro punto que considero importante esclarecer es que los cambios de producción pueden ya ocurrir dentro del capitalismo. El socialismo no es un sistema económico-político que toma lugar el año A, día D, con la toma del Palacio de Invierno, sino que se hace y deshace diariamente ya en el capitalismo. Y es ahí donde todo el movimiento a favor del decrecimiento parece ignorar un hecho bastante elemental, y es, como he indicado anteriormente, que el problema no es el crecimiento, sino el tipo de crecimiento. De nuevo, Barry Commoner mostró cómo la utilización de nuevas tecnologías (cuya producción también determina el crecimiento económico) ha permitido poder utilizar ríos en EEUU que eran antes totalmente inhabitables. Y, una vez más, Barry Commoner muestra también como han aparecido muchas formas de energía, que son renovables, que sustituyen a las más tradicionales no renovables, y que también determinan el crecimiento. El problema no es que no haya formas de energía alternativa, sino que estas están controladas por los mismos propietarios que las no renovables. En un momento de enormes crisis, con crecimiento casi cero, que está creando un gran drama humano, las voces a favor del decrecimiento parecen anunciar que ello es bueno, pues así salvamos el planeta. No se dan cuenta de que están haciendo el juego al mundo del capital responsable de las crisis económica y ecológica.

Por último, varias aclaraciones a bastantes afirmaciones sorprendentes que se están haciendo por portavoces maltusianos sin ninguna evidencia que las avale. No es cierto que el encarecimiento del petróleo y de las materias primas se deba a su escasez. Y tampoco es cierto que la crisis hipotecaria se debiera al crecimiento del precio del petróleo. La crisis financiera ha sido muy estudiada y no puede atribuírsela al crecimiento del precio del petróleo y a la inflación que creó. Y tampoco es cierto que la crisis profunda de los países del sur de Europa se deba a la falta de energía. Este determinismo energético (que la energía es la que condiciona todo lo demás) ignora que son las relaciones de poder, derivadas de la propiedad de la producción y distribución de bienes y servicios, las que configuran la crisis actual (ver mi artículo “El conflicto capital-trabajo en las crisis actuales”, El Viejo Topo, octubre 2013). El hecho de que dichos países estén en crisis se debe al enorme poder que el capital tiene en ellos a costa del mundo del trabajo, poder que se manifiesta en el tipo de producción (incluida la de la energía que se utiliza y consume). La solución pasa por un cambio en estas relaciones de poder, con la democratización del Estado, que originaría no solo una nueva redistribución, sino una nueva producción. Y es en esta estrategia, donde el socialismo y el movimiento ecologista progresista pueden aliarse e incluso converger. Es una lástima que los escritos de Paul Ehrlich, que reflejan la visión conservadora maltusiana del ecologismo (y que paradójicamente recibió un premio de la Generalitat de Catalunya durante la época del tripartito), sean conocidos, mientras que los de Barry Commoner, el fundador del movimiento ecologista progresista en EEUU, apenas sean conocidos en nuestro país. Es un indicador más del conservadurismo que existe en la vida intelectual y política del país.

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