Artículo publicado por Vicenç Navarro en la columna “Pensamiento Crítico” en el diario PÚBLICO, 19 de octubre de 2015.
Este artículo critica, por un lado, al jefe del equipo negociador del gobierno Syriza con la Troika y el Eurogrupo, que ha criticado a este partido por traicionar al pueblo griego, y, por el otro, a los grupos de izquierda que critican a Syriza por no salirse del euro. El artículo argumenta que ni unos ni los otros han acertado en su análisis. Por otra parte, el artículo enfatiza que tampoco es cierto que no haya nada que pueda hacerse frente a las políticas de austeridad, sugiriendo que Syriza podría también haber hecho cambios en su primer gobierno, que no hizo, y que lo habrían empoderado en su relación con la Troika y con el Eurogrupo.
Las conclusiones sacadas por muchas izquierdas y por todas las derechas de lo ocurrido en Grecia
Una percepción bastante generalizada de lo que ha ocurrido en Grecia en algunos sectores de las izquierdas en España es que el partido Syriza ha traicionado al pueblo griego, pues, tras recibir un mandato popular (expresado primero en las urnas -en enero del 2015-, y más tarde en el referéndum del 5 de julio de este mismo año) de oponerse a la continuación de las políticas de austeridad impuestas por el Consejo Europeo (dominado por el gobierno Merkel de Alemania), por la Comisión Europea, por el Banco Central Europeo, por el Fondo Monetario Internacional y por el Eurogrupo (también dominado por el gobierno alemán), Syriza terminó aceptando el tercer rescate, lo que significaba la continuación de tales políticas (presentadas, incluso, como más duras que las que sustituyeron), traicionando con ello al pueblo griego. Han contribuido a esta percepción las declaraciones del que fue el dirigente del equipo griego durante las negociaciones con la Troika y con el Eurogrupo, el entonces Ministro de Finanzas, el Sr. Yanis Varoufakis, perteneciente hasta hace poco al partido Syriza, en las que ha indicado en repetidas ocasiones que el Primer Ministro Tsipras “había traicionado” la voluntad popular.
A esta percepción se le añade otra, esta más común entre los adversarios y enemigos del partido Syriza, pertenecientes a las sensibilidades conservadoras y liberales (incluyendo las socioliberales) que dominan el panorama político y mediático español (incluido el catalán), que acusan a Syriza de irresponsabilidad política al haberse atrevido a enfrentarse con la Troika y con el Eurogrupo, oponiéndose a las políticas de austeridad y prometiendo cambios que eran imposibles de realizar. Estas voces conservadoras, liberales y socioliberales concluyen que, como consecuencia de dicha irresponsabilidad (cuya máxima expresión fue la convocatoria del referéndum), el establishment europeo (compuesto por las entidades citadas anteriormente) se enfadó y en lugar de ser más sensible al pacto y a la negociación, empeoró las condiciones del rescate. Y, en consecuencia, hoy Grecia está incluso peor.
Tales percepciones son extraordinariamente simplistas y no recogen la complejidad de la situación. Veamos cada una de ellas, empezando por la supuesta “traición”.
El contexto político en el que han ocurrido los hechos acaecidos (incluyendo la supuesta traición de Syriza)
Grecia es una de las sociedades europeas en donde el Estado ha sido captado e instrumentalizado con más intensidad por parte de una de la mayores estructuras de poder caciquiles y clientelares hoy existentes en Europa. Era y es, en cierta manera, “una república bananera” en el sur de Europa. En realidad, las familias que controlan el país –desde los aparatos del Estado a todos (sí, repito, todos) los medios de comunicación– son las que lo han gobernado siempre. Constituyen la oligarquía que siempre ha controlado el Estado. No por casualidad, Grecia tiene en común con España y Portugal haber sido gobernada durante muchísimos años por dictaduras militares conocidas por su brutalidad y represión (como lo fue España). Y lo que también tienen en común con España es una larga y heroica historia de luchas y resistencias populares frente a tales estructuras caciquiles, estructuras que están claramente entrelazadas con empresas multinacionales.
Para dichos movimientos populares que han luchado frente a estas estructuras (incluyendo los periodos dictatoriales), Europa significaba (como también lo significaba para los que luchábamos contra la dictadura fascista en España) libertad, democracia y Estado del Bienestar. Y como en España, el euro se veía como la clave que nos permitiría considerarnos ya como europeos. Esta idealización de Europa estaba y continúa estando ampliamente extendida en la cultura de los movimientos democráticos en aquellos países (Grecia, España y Portugal), así como entre la gran mayoría de la población. Las encuestas de apoyo al euro y a la Unión Europea eran, y continúan siendo, elevadísimas en Grecia (y en España). Y ello es un dato de una enorme importancia que, incluso hoy, y a pesar de las políticas de austeridad, enormemente impopulares (impuestas por las mismas instituciones que gobiernan el euro y mandan en Europa), la mayoría de la población griega desee permanecer en la Eurozona y mantener el euro como la moneda de Grecia. Tan recientemente como en el pasado mes de julio, las encuestas indicaban que el 74% de los griegos (y el 66% de los partidarios de Syriza) están a favor de permanecer en el euro (una situación casi idéntica, por cierto, a lo que ocurre en España, donde la mayoría de la población desea estar en la Unión Europea y tener el euro como su moneda).
Y ahí está la raíz del problema. La población desea permanecer en la Eurozona, pero esta está en manos de partidos conservadores, liberales y socioliberales que, representando los intereses de las clases dominantes de estos países, incluyendo la griega (y la española), están llevando a cabo lo que siempre desearon, a saber, el debilitamiento del mercado de trabajo y la eliminación del Estado del Bienestar. En realidad, el objetivo del sistema de gobierno del euro ha sido potenciar el mundo del capital (hegemonizado por el capital financiero) a costa del mundo del trabajo (para una elaboración de este punto, ver mi libro Ataque a la democracia y al bienestar. Crítica del pensamiento económico dominante, Anagrama, 2015).
Se olvida en las críticas a Syriza que nunca recibió un mandato para salirse del euro
Frente a esta situación de amplio apoyo al euro, era lógico y predecible (es sorprendente que tardara tanto) que apareciera una fuerza política que recogiera esta queja y oposición a las políticas de austeridad, pero (y es un importante pero) sin cuestionar el euro. En realidad, la gran mayoría de la población y la gran mayoría de votantes de Syriza, así como la gran mayoría de sus dirigentes, no se plantearon nunca dejar el euro. Y el rechazo mayoritario en el referéndum al llamado rescate no se presentó, ni tampoco fue, un rechazo al euro. En realidad, tanto la mayoría de la población como el gobierno Syriza creían que estas políticas de austeridad podrían cambiarse dentro del sistema de gobierno europeo actual. Y, por sorprendente que parezca, el que fue el mayor defensor de este supuesto fue, precisamente, el Ministro de Finanzas del gobierno griego y jefe de su equipo negociador, el Sr. Yanis Varoufakis. Este economista, que fue el principal interlocutor de Syriza con la Troika y con el Eurogrupo, nunca se planteó dejar el euro como alternativa. Todos los argumentos que utilizó en sus negociaciones con la Troika y con el Eurogrupo fueron para cambiar el sistema de gobierno del euro, pero no para salirse del euro. Y fue también uno de los principales proponentes de aumentar la presión a la Troika y al Eurogrupo convocando el referéndum. Indicó, en varias ocasiones, que él creía que aumentar la presión popular en contra del rescate favorecería las posibilidades negociadoras del equipo griego. Llegó a decir que las negociaciones serían, al día siguiente del referéndum (en caso de que el “no” fuera masivo, como lo fue), más fluidas y beneficiosas para el gobierno griego. Su intento era crear una nueva Europa, con un nuevo sistema de gobierno del euro y de las instituciones de la Eurozona que beneficiaría no solo a Grecia, sino también a la Eurozona. Esta fe en el potencial de cambio de las estructuras de gobierno de la Eurozona y de la Troika en las condiciones actuales chocaba, sin embargo, con una realidad muy diferente. A decir verdad, lo último que deseaban las autoridades europeas era ceder a esta presión popular expresada por vías democráticas, pues se crearía un precedente que amenazaría su propia existencia. En el contexto de este temor, lo que estaba ocurriendo en España, con el crecimiento de fuerzas políticas antiausteridad, jugaba un papel clave en su endurecimiento frente a tal presión popular. Fue uno de los mayores errores del Sr. Yanis Varoufakis no darse cuenta de ello. Ceder a la presión popular era percibido correctamente por parte de las autoridades europeas como el principio del fin de su existencia.
¿Podría Syriza haberse salido del euro?
Frente a la resistencia de las instituciones de gobierno de la Eurozona a las demandas del pueblo griego, aprobadas por amplia mayoría en el referéndum de julio, se generó la respuesta, por parte de sectores de Syriza, de salirse del euro (aunque Varoufakis no apoyó esta alternativa). La resistencia del gobierno Syriza a seguir esta alternativa ha dado pie a la percepción de que tal gobierno estaba traicionando a su electorado, pues continuar en el euro significaba seguir a pies juntillas lo que exigían aquellas instituciones.
Esta propuesta –salirse del euro- confundía el deseo (lógico, razonable y coherente) con la posibilidad de llevarlo a cabo. Como bien había dicho Karl Marx “los hombres (aclaración mía: Marx reproducía el machismo de su época, ignorando a las mujeres) hacen su historia. Pero no la hacen según ellos quieren en condiciones que ellos mismos han escogido, sino en circunstancias que existen ya, dadas y heredadas del pasado”. No tener en cuenta esta situación es, como también bien dijo Friedrich Engels, “tener una inocencia infantil que presenta su impaciencia como el argumento teóricamente convincente”. Un deseo puede ser totalmente lógico, razonable y coherente, pero su realización depende de las circunstancias en las que las fuerzas promotoras se encuentran, circunstancias heredadas y reproducidas en el momento en el que se genera el deseo.
Las condiciones necesarias e inexistentes para que el Estado griego pudiera salirse del euro
En la Grecia actual, tres eran las condiciones para que Grecia pudiera salirse del euro. Una era que la mayoría de la población deseara salirse del euro. Syriza es una fuerza política democrática y no puede imponer una medida de tal envergadura sin el apoyo mayoritario de la población a la cual sirve. Y como he indicado, Syriza no tenía mandato para que Grecia saliera del euro. La opinión popular, configurada por las instituciones (controladas por las derechas) que transmiten los valores, la información y la persuasión, no puede ignorarse, pues es la que legitima (en teoría) al poder político. Como bien decía Gramsci, la población vota en muchas ocasiones en contra de sus intereses como consecuencia del control de su pensamiento por parte del mundo del capital a través de su hegemonía mantenida mediante el control de todos los instrumentos generadores de valores y de información.
La segunda condición para salirse del euro es que el Estado griego tuviera la capacidad y que la economía griega tuviera la habilidad de responder rápidamente a las consecuencias de hacerlo. Y no está nada claro que el Estado o la economía estuvieran a la altura de las circunstancias. La salida del euro exigiría una enorme devaluación de la moneda griega, afectando muy negativamente a la economía griega, que importa en estos momentos la mayoría de los bienes de consumo –incluidos los agrícolas- que existen en su mercado. La dependencia de Grecia de sus importaciones es de las más elevadas hoy en Europa, presentando un balance negativo en casi todas las áreas del quehacer económico, desde productos agrícolas a energía, productos para cultivos, electrodomésticos, textiles y un largo etcétera. La economía griega está basada en el turismo, con un sector industrial muy reducido (que ha disminuido dramáticamente en estos años de crisis).
Y por si fuera poco, el Estado es un Estado resultado de unas políticas clientelares, sumamente corrupto, insuficiente, y controlado por las oligarquías que han dominado el país. El Estado sería incapaz de responder al gran deterioro que ocurriría al separarse de la zona euro, abandonando el euro y reintroduciendo su moneda: la dracma. A diferencia de lo que ocurrió en Argentina, cuando el Estado argentino decidió desligar el valor del peso argentino del valor del dólar, la moneda argentina ya existía. Se modificó el valor del cambio en su relación con el dólar. Pero la moneda y el sistema monetario ya existían. No así en Grecia, donde el sistema monetario tendría que establecerse de nuevo, en condiciones además muy desfavorables, pues es más que probable que las autoridades monetarias de la Eurozona fueran hostiles a la nueva moneda griega.
¿Quién ayudaría a Grecia a salirse del euro?
La tercera condición para salirse del euro es el sistema de alianzas y los apoyos que recibiría Grecia en las áreas económicas y financieras. Un cambio de tal magnitud por parte de un país tan pequeño –once millones de personas- requiere de una serie de apoyos. Así, un país de su tamaño puede separarse de su entorno, pero solo si tiene un benefactor. Cuba pudo independizarse del dominio del dólar y liberarse de la influencia estadounidense porque tuvo el apoyo de la Unión Soviética. Pero, ¿quién apoyaría a Grecia hoy? De hecho, una de las realidades que aparecieron con toda claridad en las negociaciones del gobierno Syriza con las instituciones europeas fue la falta de apoyo a Grecia, resultado de la integración total de los gobiernos socialdemócratas en el marco neoliberal que rige y gobierna la Eurozona. En realidad, tales negociaciones han tenido el gran valor de mostrar claramente que la Europa actual está bajo el dominio de las fuerzas neoliberales, dirigidas por el Estado alemán, y que incluyen a los partidos socialdemócratas gobernantes. La falta de apoyo de los gobiernos francés e italiano al gobierno griego ha sido una de las situaciones más clarificadoras de lo que significa hoy la Eurozona, y la socialdemocracia dentro de ella.
Por otra parte, ni los países emergentes, ni Rusia ni China (todos ellos en una situación económica difícil) han ofrecido ayuda. ¿De dónde vendría el apoyo a Grecia, tanto dentro como fuera de Europa? Es probable que surjan nuevos gobiernos dentro de Europa que puedan establecer una alianza antiausteridad, pero tal alianza hoy no existe, excepto a nivel de partidos, aunque no a nivel de gobiernos.
Si no podía salirse del euro, ¿qué podía hacer Syriza?
De todo lo malo que ha ocurrido en Grecia, lo peor ha sido haber dado pie a que se creara una percepción generalizada entre amplios sectores democráticos y progresistas de que en la Eurozona no es posible hacer nada, pues es una dictadura del capital (hegemonizada por el capital financiero) frente a la cual no hay nada que hacer. Lo único que puede hacerse es gestionar la austeridad de manera que el daño causado por esta sea mejor distribuido, sin concentrarse solo en las clases populares. La llamada a unas elecciones como resultado del referéndum griego era la medida más democrática posible, pues Syriza no tenía el mandato de romper con el euro. De ahí que tenía que conseguir el mandato de poder seguir gobernando con un programa distinto, en realidad opuesto al que salió elegido la primera vez. De ahí que estas últimas elecciones se centraran precisamente en este punto, es decir, en quién gestionaría más justamente las políticas de austeridad. Era predecible que la población escogería a Syriza de nuevo, pues era obvio que tal partido sería más sensible a las clases populares que las derechas de siempre. En realidad, gestionar la austeridad mientras se prepara el asalto a los responsables de los que la imponen es una tarea esencial. Juan Torres, Alberto Garzón y yo escribimos un libro, Hay alternativas. Propuestas para crear empleo y bienestar social en España, en el que precisamente indicamos que siempre hay alternativas a las políticas de austeridad y en las maneras como se llevan a cabo. En el libro citábamos que el gobierno Zapatero en su objetivo de reducir el déficit público podía haber conseguido más dinero manteniendo el impuesto de patrimonio (2.100 millones de euros) que con la congelación de las pensiones (1.200 millones). Que escogiera lo segundo en lugar de lo primero se debe a que los que gozan de patrimonio tienen más poder político y mediático que los pensionistas. Un tanto semejante ocurrió con el recorte de gasto público sanitario del Sr. Rajoy, de nada menos que de 6.000 millones de euros, dinero que podría haber conseguido casi en su totalidad revirtiendo la bajada del impuesto de sociedades a las empresas que facturan más de 150 millones de euros al año (que representan solo el 0,12% de todas las empresas en España). Que la austeridad la gobierne un partido de izquierdas o uno de derechas afecta a la calidad de vida de las clases populares. Y de ahí, repito, que el pueblo griego votara de nuevo a Syriza después del referéndum.
Pero sería un error de Syriza si se quedara en la gestión de la austeridad, manteniendo el compromiso de continuar a la larga el marco de austeridad, es decir, de continuar con los recortes. Y es ahí donde se tiene que hacer una crítica solidaria al gobierno Syriza, pues podría haber hecho las cosas de una manera muy diferente, con resultados también distintos y más positivos. Y es ahí donde se tiene que enfatizar que sí, también en Grecia, había alternativas.
¿Qué alternativas podría haber considerado Syriza?
Pero antes de centrarnos en este tema hay que aclarar que los representantes griegos consiguieron victorias importantes durante las negociaciones con la Troika, victorias que apenas aparecieron en los medios de información españoles, controlados, en su mayoría, por las derechas. Retrasaron algunas de las medidas –como las reformas laborales y las reformas de las pensiones- y redujeron el tamaño del superávit primario (que es el superávit de las cuentas del Estado una vez se han pagado los intereses de la deuda pública). Pero estas cesiones fueron menores frente al enorme sacrificio que las autoridades europeas (la Troika y las instituciones) continuaron exigiendo y que respondía al deseo del gobierno alemán y sus aliados (incluido el gobierno español) de penalizar a Syriza. Su objetivo no era expulsar a Grecia del euro, sino expulsar al partido Syriza del gobierno griego (ver mi artículo “Los establishments políticos y financieros europeos quieren terminar con Syriza”, Público, 28.04.15). Es sorprendente que el jefe del equipo negociador no fuera consciente de este objetivo desde el principio. Su lectura de los estamentos del poder en el gobierno del euro era insuficiente y en muchas ocasiones erróneo.
El mayor problema en las negociaciones de Syriza con las instituciones europeas era el enorme desequilibrio de fuerzas, en el que el grupo griego no tenía ningún poder, y las instituciones europeas lo tenían todo. La desigualdad era enorme y el equipo griego no tenía muchas posibilidades. Intentar conseguir mayor poder movilizando el apoyo popular fue necesario (y repito que hay que aplaudir la coherencia democrática de Syriza de convocar elecciones inmediatamente después del referéndum, pues tras conocerse la negativa de la Troika a aceptar el resultado del referéndum, Syriza no podía continuar gobernando sin que se le diera un nuevo mandato distinto al primero).
Ahora bien, Syriza tenía que haber indicado que, mientras su compromiso con el euro era sólido, no era, sin embargo, ilimitado. Tenía que haber utilizado esta baza, no solo como medida negociadora, sino también como medida educadora hacia su propio electorado, intentando señalar que todo tenía que estar en el tablero negociador. En realidad, toda la evidencia muestra que ni la canciller alemana, la Sra. Angela Merkel, ni el Presidente del Bundesbank, el Sr. Jens Weidmann, deseaban la salida de Grecia del euro. Syriza tenía que haber subrayado que era su prioridad permanecer en el euro, pero que había límites en su compromiso. Por mucho que lo negaran, la salida de Grecia del euro habría tenido repercusiones negativas para el resto del Eurogrupo. Alemania tenía 700.000 millones de euros en los países PIGS (Portugal, Italia, Grecia y España) y cualquier movimiento en uno de ellos afectaría a todos los demás.
El segundo error fue no tomar decisiones que hubieran permitido a Grecia poder diluir su excesiva dependencia del euro, incluso permaneciendo en él. Grecia podría haber desarrollado, por ejemplo, una moneda paralela para uso doméstico, y/o sistemas paralelos de pago, así como otras medidas autorizadas incluso dentro del euro y que, por cierto, le podrían haber preparado el camino para abandonar del euro si esta hubiera sido la única salida posible. En este sentido, la dicotomía euro Sí versus euro No, no era una dicotomía real en aquel momento, pues había alternativas intermedias que hubieran tenido que considerarse, que además hubieran empoderado a los negociadores griegos, diluyendo su dependencia del euro. Enfatizar tanto el deseo de permanencia en el euro debilitó su poder negociador. En realidad, incluso considerando su deseo de permanecer en el euro, hubiera sido importante desarrollar una moneda paralela para usos domésticos, que hubiera diluido la dependencia de la economía griega del euro.
Otro error fue enfatizar las causas externas del subdesarrollo – como el problema de la deuda pública – a costa de no enfatizar suficientemente las causas internas. Fue una gran conquista de Syriza que se reconociese que la deuda era impagable. Y era importante conseguir no solo una reestructuración, sino también una reducción de tal deuda. Pero debería haberse dado mayor hincapié al origen de la deuda.
Lo cual me lleva a otro error. Los orígenes de la deuda vienen del enorme gasto militar griego, resultado del excesivo poder del Ejército, y de la actividad especulativa del capital financiero. La dependencia del gobierno Syriza de su alianza con un partido nacionalista, próximo a las fuerzas armadas, limitó su vocación transformadora. El gobierno Syriza podría haber recortado mucho más este gasto de lo que lo hizo. Y su enfrentamiento con la oligarquía griega podría haber sido mayor.
De ahí que la solución a la situación griega pasa por unos cambios profundos (casi revolucionarios) del aparato del Estado griego (y de los medios de información), así como por medidas para el desarrollo de políticas redistributivas basadas en unas políticas fiscales progresivas, que reduzcan el fraude fiscal (uno de los mayores de la Unión Europea), con el establecimiento de un Estado del Bienestar que provea la seguridad sobre la cual se pueda construir una economía eficaz, eficiente, equitativa, solidaria y flexible. Estos cambios deben ir acompañados con el establecimiento de alianzas en Europa, que permitan una respuesta continental a las políticas de austeridad.
¿Es lo ocurrido en Grecia relevante para España?
Las derechas y el Partido Socialista, los mayores defensores de las políticas de austeridad, han utilizado lo que presentan como el gran fracaso de Syriza como muestra de que no hay otra alternativa posible a las políticas de austeridad. Y en esta presentación, señalan que el supuesto fracaso de Syriza refleja también el fracaso que supondría llevar a cabo las políticas antiausteridad de las izquierdas españolas –Podemos e IU. En esta interesada interpretación se ignora u ocultan varios hechos diferenciales muy importantes. Uno es que Grecia y España son dos países muy diferentes, con economías y Estados muy distintos y que viven en contextos políticos también muy distintos, sin negar, con ello, que históricamente han tenido pasados semejantes.
El otro hecho es que el apoyo solidario que se debe dar a un partido gobernante que comparte objetivos a largo plazo comunes (la eliminación de las grandes desigualdades basadas en un enorme desequilibrio de fuerzas entre las fuerzas de trabajo y las del capital), no es incompatible con hacer sugerencias o dar consejos con el deseo de ayudarle en su reflexión.
El tercer hecho es que no solo el contexto político y económico español es diferente al griego, sino que sus partidos políticos y movimientos sociales son profundamente diferentes, lo que explica que las dinámicas de cambio pasen por caudales y avenidas distintos. Hoy están teniendo lugar cambios a lo largo del territorio europeo que apuntan hacia auténticas posibilidades de cambio, que exigen la coordinación de los partidos y movimientos sociales (incluyendo los sindicatos) en una tarea auténticamente transformadora. Es obvio que otra Europa es no solo posible, sino también necesaria.