Artículo publicado por Vicenç Navarro en la columna “Pensamiento Crítico” en el diario PÚBLICO, 19 de octubre de 2016.
Este artículo es una modificación de uno que escribí en otro rotativo en marzo de 2014. Subraya la evolución de Bob Dylan en EE. UU., que pasó de ser una voz crítica con la estructura de poder en aquel país, a ser un promotor de la ideología chovinista y mercantilista del sistema producido por aquella estructura.
No me agrada ser un aguafiestas, pero en el momento en el que muchos celebran el otorgamiento del Premio Nobel de Literatura a Bob Dylan, quisiera hacer algunas aclaraciones sobre su evolución, corrigiendo así una idealización de su figura que tiende a ser una práctica generalizada en los grandes medios de información españoles. De ahí que me permita publicar de nuevo un artículo ligeramente modificado que ya se publico en El Plural el 03.03.14 y que publico de nuevo ahora en Público.
A lo largo de mi vida he visto en múltiples ocasiones la evolución que siguen muchos personajes que, siendo en su juventud críticos con las estructuras del poder en los países que viven, se acomodan más tarde a estas estructuras, convirtiéndose en sus portavoces. En realidad, esta evolución es muy común. Es tan común que un dicho que se repite con gran frecuencia (sobre todo por voces conservadoras) es que “la persona que no ha sido radical contestatario en su juventud es que no tiene corazón. Pero la que continúa siéndolo más tarde, es que no tiene cabeza”. Ello ocurre en todas las áreas de actividad humana, incluso entre los músicos. Un ejemplo de esto es Bob Dylan.
Bob Dylan, en su juventud, fue uno de los cantantes más críticos con el establishment estadounidense. Fue, junto con Joan Baez, la voz del movimiento estudiantil anti Guerra del Vietnam. Representaba la cultura pacifista y antisistema, muy generalizada en los campus universitarios de los años sesenta. Era un movimiento iniciado por los estudiantes de las universidades, que en su gran mayoría procedían de las familias con más recursos en EEUU. Era, como la definió Bruce Springsteen, una cultura de privilegio, que se oponía y rebelaba frente al establishment que dominaban sus padres.
Springsteen, por el contrario, representaba un movimiento anti sistema de origen de clase trabajadora, que cuestionaba y criticaba el narcisismo y hedonismo presentes entre los “flower children” de Berkeley y otros centros académicos. El conflicto entre las dos culturas era una especie de lucha de clases dentro del movimiento anti establishment, tal como detallé en otro artículo “Lo que no se dijo en España sobre Springsteen”, Público (28 de junio 2013). Estados Unidos, en contra de lo que se dice y escribe en España, es un país donde la categoría de clase social es determinante para entender aquel país. Y ello en la gran mayoría de los componentes de aquella sociedad, que van desde la música hasta el deporte. Así, los dos grandes deportes en EEUU son el baseball (de origen predominantemente de clase trabajadora) y el “futbol americano”, que no es el futbol europeo sino una especie de rugby (de origen de clase media alta, que se inició en los campus universitarios).
La final de la liga del futbol americano fue el pasado 2 de febrero, en la Super Bowl, cuando millones de estadounidenses se pasan casi todo el día frente a la televisión. Es uno de los días en que cuesta más dinero poner un anuncio en la televisión, debido al elevado número de televidentes. Pues bien, el anuncio que creó más sorpresa y más enojo entre las fuerzas progresistas de EEUU fue un anuncio de la empresa productora de coches Chrysler en el que, con un chauvinismo ofensivo para muchos otros países, se indicaba que para ciertos productos de consumo, importantes pero no esenciales, los americanos pueden depender de productos extranjeros (la cerveza hecha en Alemania, los relojes hechos en Suiza, o los móviles que se producen en Asia). Pero para productos esenciales, es decir, para los automóviles, los mejores productos son los americanos, apareciendo entonces la última versión de los coches Chrysler. Y el que hacía el anuncio era ni más ni menos que el mismísimo Bob Dylan.
El anuncio creó gran revuelo e interés (que era lo que Chrysler intentaba), pero enojó a muchísimos estadounidenses que están cada vez más hartos del chauvinismo americano. Señalaron –entre otros hechos- que 1) Chrysler no es una empresa americana, sino italiana. Es propiedad de FIAT (antes lo había sido de Mercedes-Benz); 2) que el pueblo alemán hace muchas más cosas que la cerveza, incluyendo automóviles más eficientes y de mayor calidad que empresas estadounidenses; 3) que los pueblos asiáticos están hoy entre los más avanzados en áreas tecnológicas, y así un largo etcétera. Y, por cierto, que el término americano que se utiliza constantemente en el lenguaje cotidiano incluye a la mayoría de americanos (que viven en el sur y centro en lugar del norte de las Américas).
Bob Dylan, que había sido una de las voces de los años sesenta que denunciaba el chauvinismo del establishment americano, se había convertido, años más tarde, en su promotor y portavoz. Y a esta evolución, los conservadores la definen como “madurez y utilizar la cabeza”, cuando lo que quieren decir es “abandonar los principios para poder ganar dinero sin ningún tipo de escrúpulos”. A esto le llaman madurez. Mientras, el nivel de popularidad y respeto por Bob Dylan ha disminuido notablemente en Estados Unidos.
Termino aquí lo que dije en marzo de 2014. Me parece bien que se celebre al Bob Dylan de su juventud, a pesar de las limitaciones que tenían sus canciones, resultado de un contexto político distinto, por ejemplo, al de Bruce Springsteen. Pero lamento que facetas más tardías de su vida no aparezcan en sus notas biográficas. Es importante que la historia, incluida la literaria y la musical, se presente tal como fue, y no como desearía que hubiera sido el que la escribe.