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Artículo publicado por Vicenç Navarro en la columna “Pensamiento Crítico” en el diario PÚBLICO, y en catalán en la columna “Pensament Crític” en el diario PÚBLIC, 15 de septiembre de 2017.

Este artículo señala cómo los dos problemas mayores que tiene España, el problema social y el problema nacional, están íntimamente relacionados, mostrando que los dos tienen causas comunes que deben resolverse y no ser opuestos, como ocurre hoy en Catalunya y en España. El artículo critica al Estado español y a su nacionalismo españolista, responsable de la crisis territorial, así como de la crisis social; pero también acentúa que el nacionalismo catalanista, y su versión independentista dirigida por las derechas, comparte responsabilidad en la creación del problema social y nacional en Catalunya.

Hoy existen dos problemas graves en España, que están relacionados pero en situación distinta a lo que se creen muchas voces, incluyendo de izquierdas. Uno es el problema social, que es el mayor y más urgente, pues la calidad de vida y bienestar de las clases populares se ha estado deteriorando de una manera muy marcada durante estos años de la Gran Recesión (ver “El nuevo régimen social de España”, Público. 21.06.17; “El mayor problema que tiene hoy Catalunya del cual no se habla: la crisis social”, Público, 30.06.17; y “¿Qué pasa en Catalunya? Lo que no se dice en los medios ni en Catalunya ni en España”, Público, 11.09.17). Tal problema debería ser motivo de movilización y respuesta prioritaria por parte de las izquierdas, pues históricamente han sido los instrumentos políticos creados para defender sus intereses.

El otro problema es el problema nacional, resultado en parte de una transición inmodélica que perpetuó un Estado uninacional borbónico, claramente centralizado y radial, origen de las tensiones territoriales que han alcanzado su máxima expresión estos días, en el conflicto entre el Estado español (representante del nacionalismo uninacional españolista) por un lado, y la Generalitat de Catalunya (representante de la versión independentista del nacionalismo catalanista) por el otro.

Las causas de la enorme crisis social

Las causas de la crisis social son fáciles de ver, aunque el lector no las verá, oirá o leerá en los mayores medios de información del país. Como he mostrado en mi libro Ataque a la democracia y al bienestar. Crítica al pensamiento económico dominante (Anagrama, 2015) tales causas son las políticas neoliberales que los gobiernos españoles, incluyendo los catalanes, han ido imponiendo a la población (y digo imponiendo porque no están en sus ofertas electorales) durante estos años, y que incluyen desde las reformas laborales (que han causado un gran descenso de los salarios y un gran crecimiento del desempleo y la precariedad) a los enormes recortes en las transferencias públicas (como las pensiones) y servicios públicos del Estado del Bienestar (como la sanidad, la educación, los servicios sociales, las escuelas de infancia –mal llamadas guarderías en España– los servicios domiciliarios a la población con discapacidades, la vivienda, y muchos otros).

Y lo que es importante de subrayar es que los responsables de tales políticas tienen nombres y apellidos: han sido los partidos gobernantes en España, específicamente el PSOE, que las inició (y que nunca ha hecho una autocrítica por ello), y el PP que las continuó y expandió. En Catalunya, el mayor responsable ha sido Convergència Democrática de Catalunya, CDC, que ha gobernado la Generalitat de Catalunya durante la mayoría del periodo democrático (30 de 37 años), en alianza con Unió Democràtica hasta el 2015, y luego con ERC, en la coalición Junts Pel Sí, liderado por CDC. En realidad, CDC es el partido catalán más parecido al PP en España, con el cual, por cierto, siempre ha tenido, en temas económicos y sociales, gran afinidad al pertenecer a la misma familia política, la neoliberal conservadora. Su enorme poder institucional y mediático (este último resultado de la instrumentalización en términos abusivos de los medios de información públicos, y de los medios privados a través de subvenciones clientelares y corruptibles) aparece en todas las dimensiones de la vida política del país, en un sistema caciquil, fundado por la familia Pujol, que continúa, aunque bajo un nombre diferente, con el Partit Demòcrata de Catalunya o PDeCAT. La sustitución del presidente Mas por el presidente Puigdemont es mero marketing político que no ha cambiado la ideología y modus operandi de tal partido.

La ideología hegemónica en los aparatos de la Generalitat de Catalunya gobernados por Convergència

Su ideología es un nacionalismo conservador que en su día tenía una concepción etnicista e incluso racista (Hay que recordar, que Pujol había llegado a decir que los trabajadores que venían de Andalucía y/o Murcia, definidos como “charnegos”, tenían un coeficiente intelectual más bajo que los catalanes, hecho que sorprendentemente no tuvo respuesta y denuncia en Catalunya, excepto por unas pocas voces, incluyendo la mía, cuando era yo entonces precisamente el médico de los llamados “charnegos” en el barrio más pobre de Barcelona, el Somorrostro). Este elemento de superioridad e identidad ya no se basa tanto ahora en un elemento étnico y racial (aunque al escuchar a la esposa de Pujol, la Sra. Ferrusola, no parece claro que esta visión haya desaparecido) sino un elemento cultural. Este nacionalismo profundamente conservador, mezcla de neoliberalismo con apuntes de democracia cristiana y cultura montserratina, es todavía dominante en tal partido. Esta ideología –también conocida como pujolismo– ha tenido un enorme impacto en la vida política y mediática, y continúa teniéndolo. Y los partidos que la sostenían son CDC y UDC, los mayores co-responsables del subdesarrollo social de Catalunya. Son también instrumentos políticos que sirven primordialmente los intereses económicos y financieros de la estructura del poder catalana. Este servicio no se hace solo como mero instrumento de tales intereses, sino también como transmisión de la ideología neoliberal (CDC) y conservadora (UDC) que les beneficia.

Una anécdota refleja lo que digo. Cuando volví del exilio, dirigí un estudio del Estado del Bienestar catalán en donde se mostraban sus enormes déficits como resultado de las políticas públicas aplicadas por el gobierno catalán conservador neoliberal (y por el Estado español). Tal estudio fue más tarde distribuido ampliamente, a través de videos, por una persona anónima, sin conocerlo yo, y que tuvo un gran impacto. El portavoz de CDC, el Sr. Felip Puig, lo denunció en el Parlament, acusándome de que yo había vuelto a Catalunya para generar una lucha de clases, a lo cual respondí que yo solo estaba fotografiando la realidad social catalana, a través del estudio, añadiendo que eran ellos –los gobernantes de Catalunya- los mayores corresponsables del gran retraso social de Catalunya.

Desde entonces soy una de las personas más vetadas en los medios catalanes de información. Hoy esta lucha de clases continúa en Catalunya, y las políticas de recortes y privatizaciones masivas y las reformas laborales, aprobadas ambas por CDC, tanto en las Cortes Españolas (en alianza con el PP), como en el Parlament de Catalunya, son las responsables del subdesarrollo social de las clases populares. Un dato refleja muy bien lo que estoy diciendo. Durante la Gran Recesión (2008-2016) las rentas del capital han aumentado en Catalunya de un 42% a un 45% (el mayor aumento en la época democrática), mientras que las rentas del trabajo han ido disminuyendo de un 50% a un 46% durante el mismo periodo.

¿Cómo están relacionados el tema nacional y el tema social?

En teoría, todas las opciones políticas afirman retóricamente que su objetivo final es mejorar la calidad de vida y bienestar de la población. Y ello ocurre especialmente en el caso de los partidos independentistas, que señalan su compromiso con el tema social argumentando que el problema social en Catalunya solo puede resolverse mediante la secesión de tal país de España, pues el problema social está causado por España (porque, en su versión más belicista, “España roba a Catalunya”). De ahí que concluyen que la resolución del problema nacional tiene que ser prioritario dejando la solución de lo social a después, una vez se tenga la independencia. Y aún cuando retóricamente se dice en su argumentario que el tema nacional y el social siempre van juntos, en realidad anteponen siempre el tema nacional al tema social. Y ello ocurre también con las izquierdas independentistas (ERC y CUP) que así justifican su alianza con las derechas (lo cual dificulta la resolución rápida del problema social, relegado a un futuro lejano, a cuando seamos independientes).

El coste social de algunas izquierdas al aliarse con las derechas independentistas

Ello lleva a tales izquierdas independentistas a aliarse con las derechas en un proyecto dirigido por el PDeCAT para conseguir la ruptura con España, partido que, al controlar la gran mayoría del aparato de la Generalitat, jugaría un papel clave en la transición hacia el desarrollo de tal secesión. Ahora bien, tal alianza está imposibilitando la resolución el problema social. En este aspecto no es cierto lo que el Sr. Oriol Junqueras, Vicepresidente de Junts Pel Sí, y dirigente de ERC, dijera en el programa de Ana Pastor en La Sexta este pasado domingo que, según él, el presupuesto aprobado por Junts Pel Sí “haya sido el más social de los que hayan existido durante el periodo democrático”.

Los datos muestran lo contrario. El gasto público social del presupuesto de la Generalitat para el año 2017, aprobado por Junts Pel Sí con el apoyo de la CUP, era un 11,1% más bajo del que se había aprobado en el último año del gobierno tripartito de izquierdas 2010 (y del cual, por cierto, ERC era miembro). Y ello pasó en prácticamente todos los capítulos del Estado del Bienestar (un 9,9% menos en educación, un 10,4% menos en sanidad, un 56% menos en vivienda, un 7,1% menos en protección social, y así capítulo por capítulo). Por otra parte, la Renta de Garantía Ciudadana, que provenía de una Iniciativa Legislativa Popular (y que fue aprobada en el Parlament) fue recortada significativamente hace solo unos días por el gobierno independentista, sin apenas discusión o debate y sin alboroto mediático. Y un tanto similar ocurrió con la reciente propuesta escrita en el proyecto de Decreto de Turismo (que el Conseller de Empresa y Conocimiento y el Govern quieren aprobar para finales de 2017), en donde propone, nada más y nada menos, que cualquier vivienda pueda convertirse en turística sin límite de días al año (tirando por tierra toda la lucha del Gobierno municipal de Ada Colau contra el alquiler turístico ilegal). Frente a tal expansión de los pisos turísticos (que están expulsando a las clases populares de su barrio), hubo un silencio ensordecedor por parte de los medios, absorbidos todos ellos en el tema nacional.

Estos datos muestran que la alianza con la derecha catalana para conseguir la secesión se realiza a costa de la continuación del deterioro social. Es cierto que la presencia de ERC en el gobierno Junts Pel Sí ha disminuido la intensidad de los recortes de gasto público. Pero no hay duda de que si se hubiera aliado con las izquierdas En Comú Podem y el PSC (como lo hizo en el tripartito), se podría haber establecido un gobierno que habría podido disminuir la enormidad del problema social. Hoy las encuestas muestran que de haber una elección, este tripartito de izquierdas podría gobernar Catalunya. Esta alternativa ni siquiera es considerada en el planteamiento independentista, dando pie para que PDeCAT utilice el tema nacional para ocultar el problema social, tal como hace también la derecha españolista, el PP, que son también profundamente nacionalistas, herederos de los que se definieron como los nacionales, interrumpiendo un Estado democrático -la II República- con un golpe militar, y del cual hablaré en la parte final del artículo.

Por qué la clase trabajadora no es independentista

El hecho de que el proceso proindependentista esté dirigido por las mismas derechas responsables del gran problema social explica el escaso atractivo de tal proyecto por parte de las clases populares, que no apoyan la secesión. De ahí que cuando los secesionistas hablan de que el pueblo catalán quiere la independencia, están faltando a la verdad. La mayoría de la población catalana no desea la independencia. Es más, la monopolización del soberanismo (que es el apoyo al derecho a decidir) por el independentismo (que es el apoyo a la secesión) está dificultando seriamente el desarrollo del soberanismo, pues la manera tan poco democrática con que Junts Pel Sí está actuando está desacreditando el soberanismo. Poner las urnas para que la población vote es una condición necesaria, pero no suficiente, para definir la hoja de ruta como democrática. Democracia requiere una diversidad de opiniones expresadas a nivel de los medios públicos de información, hoy totalmente controlados por el gobierno de la Generalitat. La falta de garantías para realizar el referéndum no está causada únicamente por el Estado central, pues hay muchas garantías que son responsabilidad exclusiva de la Generalitat. de Catalunya que siempre ha mostrado escasa conciencia democrática. En Catalunya, como en el resto de España, existe casi una dictadura mediática con práctica exclusión de voces de izquierda, excepto las independentistas, como las CUP, o las que apoyan su hoja de ruta, como el Podem dirigido por Albano Dante.

Tales izquierdas son fuerzas muy minoritarias en los barrios obreros, pues son percibidas en este caso como que están apoyando una movilización a favor del mal llamado referéndum dirigida por el responsable de la crisis social que les ha dañado tanto. Tal punto de vista quedó muy claro cuando una mujer trabajadora del barrio obrero de Nou Barris en la reunión de la Coordinadora de Catalunya en Comú, indicó que “el cuerpo me pide ir y sumarme a una manifestación que es anti PP. Pero el corazón me lo impide porque las tripas se me revuelven cuando veo a Puigdemont, el dirigente de los que nos han hecho tanto daño, liderándolo. No, compañeros, no podemos apoyar tal proyecto. Son los que siempre nos han hecho daño”. Presentar que las únicas alternativas probables son Rajoy o Puigdemont es un abuso que permite una enorme manipulación, como están haciendo Junts Pel Sí y la CUP hoy en Catalunya. La pluralidad nacional existe ya en Catalunya. De ahí que el problema nacional no se resolverá a no ser que sea apoyado por las clases populares, que constituyen la gran mayoría de la población catalana. A no ser que dichas clases vean que tal cambio les beneficiará, no se movilizarán a su favor. Y es difícil que vean que se beneficiarán si los dirigentes y partidos políticos que hegemonizan tales movimientos son de derechas. Solo en el caso de que el movimiento de transformación nacional lo dirijan las fuerzas políticas que hayan mostrado su compromiso con las clases populares (a través de políticas públicas que les favorezcan), habrá tal movilización. La experiencia escocesa muestra claramente esta situación. El partido nacionalista escocés fue votado incluso en Glasgow (la Barcelona de Escocia), al estar más a la izquierda que el Partido Laborista. Cuando acentuó su independentismo, perdió votos.

La solución de los problemas sociales y nacionales en Catalunya y en España

La evidencia es clara que el enorme problema social de España y de Catalunya responde a causas comunes: el enorme dominio del Estado español y de la Generalitat de Catalunya por parte de las derechas, que explica el subdesarrollo social tanto de España como de Catalunya. Los datos así lo muestran. Y las políticas económicas y sociales que han estado aplicando son muy semejantes, correspondiendo a su sensibilidad neoliberal conservadora. He documentado que el argumento que utilizan para justificar la aplicación de tales políticas (de que no hay otras alternativas) no es sostenible. Hay alternativas.

Otro elemento común de estas derechas es que las dos, la española y la catalana, son nacionalistas conservadoras pero de características muy distintas: una es el nacionalismo españolista, que es el más fuerte y dominante, de raíces imperialistas (que fundó el imperio español), de carácter racista (el día nacional, el 12 de Octubre, era el día de la Raza) y enormemente opresivo y asfixiante. Su máxima expresión apareció durante la dictadura fascista, que fue una dictadura no solo autoritaria, sino también totalitaria, es decir, que intentaba crear un nuevo “hombre” (las mujeres no cuentan en el fascismo), imponiendo sus normas, incluidas en las áreas más personales –como el sexo o el idioma– para configurar una nueva sociedad, creando una cultura –la cultura franquista– que reproducía su ideología que, en forma diluida, continúa reproduciéndose en y por el Estado español y su intelectualidad.

Impuesta por los “nacionales”, presentó a cualquier otra visión de España, contraria a la uninacionalidad que la caracterizaba, como “la anti-España”. De ahí que reprimiera cualquier otra visión de España, como la visión plurinacional, que admitía la existencia de otras naciones dentro del Estado español. Esta expresión fue particularmente acentuada en Catalunya, en el País Vasco y en Galicia. De ahí que la lucha por recuperar la libertad y democracia, incluía la lucha para redefinir España, aceptando su plurinacionalidad y el derecho a la autodeterminación como garantía de que la unidad del Estado era voluntaria y no forzada. Las izquierdas hicieron surgir esta visión. Y tanto el Partido Comunista como el Partido Socialista tenían en sus programas durante la clandestinidad este compromiso, que fue abandonado debido a la imposición del Monarca y del Ejército, que vetaron tal propuesta. El enorme desequilibrio de fuerzas que hubo durante la transición, entre las derechas españolas (que controlaban el aparato del Estado y los medios de información), y las izquierdas que habían liderado las fuerzas democráticas (que acababan de salir de la clandestinidad o vuelto del exilio), no podía ser mayor. Resultado de aquella transición desequilibrada e inmodélica, salió la Constitución, el marco legal de la democracia española, que se presentó propagandísticamente como homologable a cualquier democracia europea, lo cual es incorrecto.

La escasa cultura democrática existente en España, la escasa diversidad ideológica en los medios, el subdesarrollo social de España, la escasa financiación de su Estado del Bienestar y la perpetuación de la cultura franquista, incluida su visión uninacional, represiva de la plurinacionalidad, su centralizado poder político sin posibilidades de democracia directa, como referendos, y un largo etcétera, se deben a este desequilibrio de fuerzas que continúa existiendo en el Estado borbónico español, cuya negación de la plurinacionalidad alcanzó ya su expresión en 1714, cuando un Borbón, Felipe V, por la fuerza de las armas destruyó los derechos de Catalunya, utilizando, como siempre, el argumento de prevenir la unidad de España, cuando los dirigentes de la resistencia catalana estaban luchando, además de por los derechos catalanes, por el bien de España (cita textual). Fue también la justificación del golpe fascista (exitoso debido a la ayuda de Hitler y Mussolini), para defender la unidad de España cuando, en realidad, nadie la estaba cuestionando.

El otro nacionalismo: el catalanista

Tal nacionalismo catalanista raramente fue secesionista. En realidad, los dirigentes definidos como separatistas, eran federalistas, pues pedían establecer el Estado catalán dentro de una federación republicana, imposible de realizar dentro del Estado borbónica. Y fueron las izquierdas –como en su día reconoció Jordi Pujol– las que defendieron con mayor riesgo, con mayor intensidad y con mayor coherencia la identidad catalana, relacionando claramente el tema social con el tema nacional. Fueron estas izquierdas las que mantuvieron viva la identidad catalana (que incluso algunas voces de la izquierda española confunden con separatismo), tanto durante la dictadura como después, durante la democracia. No fue el conservador Pujol, sino el socialista Maragall, el que lideró el Estatut donde cristalizaba el reconocimiento de Catalunya como nación (y todo lo que ello conlleva). Y fue el PP, el nacionalismo españolista, el que lo vetó (aquellos puntos clave en los que se definía lo esencial). Y fueron ahora las izquierdas catalanas –En Comú, Podem, ICV, EUiA– las que pidieron el referéndum, y no las derechas. Y en España fueron las nuevas izquierdas las que pidieron la plurinacionalidad.

Es más, la Diada -que este año fue capturada e instrumentalizada por los independentistas- olvidó a la mayoría de catalanes, a los que dejó aparte o silenció.

El movimiento contestatario frente al PP y al Estado central es muy necesario y positivo

Ni que decir tiene que la existencia de un movimiento contestatario frente al gobierno central es un hecho muy positivo que hay que apoyar. Pero su instrumentalización por el gobierno Junts Pel Sí liderado por la derecha, es negativa, pues deja de lado la mayoría de la población catalana y la gran mayoría de las clases populares, sin las cuales no se puede garantizar que una nueva Catalunya fuera la Catalunya progresista y social que se necesita. España ya ha mostrado que el que controla la transición controla el producto de tal transición. Tener una Catalunya independiente con Ministros de Economía ultraliberales, como son los que aparecen como los gurús mediáticos en los programas de la televisión catalana actual, no es tranquilizador.

A no ser que tal transición la hiciera una coalición de izquierdas, dudo que la nueva Catalunya fuera mejor para las clases populares que la existente. Ahora bien, tal coalición es posible pues no solo en Catalunya sino también en el resto de España, están apareciendo nuevas izquierdas, que junto con las tradicionales (ahora renovadas) puedan establecer una amplia coalición que transforme Catalunya y España. En Catalunya el mayor problema es la desunión de las izquierdas, pues podrían ya hoy gobernar si se unieran. Según las encuestas más recientes, si se suman los votos y también los escaños en el Parlament (a pesar del sesgo de la ley electoral anti-izquierdas), los votos de ERC, Catalunya Sí que es Pot, PSC, y la CUP, podrían gobernar Catalunya, ayudando a resolver la enorme crisis social. Lo que es igualmente importante es que esta coalición, tomando la resolución del tema social como el punto de partida para resolver el tema nacional, podría movilizar a la clase trabajadora y otros elementos de las clases populares, presionando al socialismo español para que aceptara la plurinacionalidad y el referéndum. Una nueva Catalunya social dirigida por los representantes de las clases populares que, junto con fuerzas políticas hermanadas en el resto de España, podría realizarse, sobre todo si España cambiara también de gobierno, pasando este a ser una coalición de izquierda y nacionalistas, donde tal proyecto fuera posible. El punto clave es si el PNV o el PDeCAT desearían sustituir a Rajoy por un gobierno amplio de coalición entre izquierdas y nacionalistas. La experiencia muestra que, paradójicamente, parecen preferir un gobierno Rajoy tal como ocurrió con la negativa a votar Podemos (por parte de PDeCAT) en la última moción de censura.

Termino así esta exposición. La hoja de ruta de Junts Pel Sí, dirigido por las derechas catalanas contra las derechas españolas no nos llevará a los cambios necesarios ni en Catalunya ni en España. Ni que decir tiene que como manifestación de un sentido popular merece ser apoyada, aunque está pésimamente dirigida; aun así, hay que oponerse a un intento deliberado de incrementar el conflicto entre Catalunya y España. Es obvio que los dos nacionalismos, el españolista y el catalanista, se necesitan uno al otro y se retroalimentan. Los dirigentes de tales nacionalismos están intentando mantener este enfrentamiento, pues en las próximas elecciones les será de gran utilidad. Su enfrentamiento es parte de una altamente exitosa estrategia electoral. Pero nos alejará de la solución del problema social y nacional.

Una última observación. Cuando varias personas fundamos el Procés Constituent, estaba claro que nuestro enfrentamiento no era solo con el Estado central, sino también con la Generalitat de Catalunya. El “no nos representan” del 15-M aplicaba tanto a las instituciones del Estado español como a las instituciones de la Generalitat de Catalunya. Hay que recordar que el 15-M, inspirador del Procés Constituent, rodeó el Parlament de Catalunya para exigir que se interrumpieran las políticas de austeridad que estaban imponiendo a las clases populares de Catalunya. El president del Govern de derechas, el Sr. Mas, tuvo que entrar con helicóptero. Ahora bien, sería ridículo que tengamos que rodear el Parlament ahora para defender a su sucesor, el Sr. Puigdemont, para continuar haciendo las mismas políticas. De ahí que a la oposición al gobierno Rajoy hay que añadir la oposición al gobierno Puigdemont, lo cual no quiere decir, como maliciosamente se interpreta, que se les considere equivalentes (pues Rajoy es el problema mayor), pero sí que se debe criticar a Junts Pel Sí como corresponsables de la enorme crisis social. No debemos olvidar ni el “no nos representan”, ni los principios del 15-M. Y este olvido típico y característico ocurre cuando el tema nacional va por encima de todo, incluido el tema social. Para resolver los dos, hay que centrarse en el tema social para movilizar a las clases populares en el intento de resolver el tema nacional. Y para ello, un gobierno de izquierdas en Catalunya y otro, también de izquierdas, en España, son esenciales. Así de claro.

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