Publicado en SISTEMA DIGITAL, el 9 de Abril de 2010
Este artículo señala los elevados costes económicos, sociales y políticos que significan para los gobiernos Obama y Zapatero sus pactos con los partidos conservadores. En EEUU ha significado la dilución de la reforma sanitaria, eliminando promesas claves que limitan significativamente las posibilidades del cambio prometido. Y en España, el debate político se está centrando -como consecuencia del pacto con las derechas- en cómo reducir el déficit en lugar de cómo crear empleo. En ambos casos había políticas alternativas que ni siquiera se consideraron.
Salvando las enormes diferencias que existen entre los sistemas políticos de EEUU y de España, y las distancias políticas entre el gobierno Obama y el gobierno Zapatero, existen, sin embargo, algunos elementos comunes que conviene subrayar. Me estoy refiriendo a las políticas de pactos con la oposición, que ambos gobiernos han desarrollado para poder realizar los cambios deseados.
Comencemos por EEUU. Una de las causas de la victoria electoral de Obama fue el deseo de cambio, muy generalizado, que existe en aquel país. Un elemento clave de su programa era el compromiso de establecer una reforma sanitaria, que en la práctica universalizara el acceso de la población a los servicios sanitarios, ofreciendo cobertura sanitaria a los 47 millones de estadounidenses que carecen de ella. Todas las encuestas mostraban la popularidad de tal demanda. Una vez el candidato Obama fue elegido y se transformó en el Presidente Obama, formó su equipo con asesores heredados de la Administración Clinton, conocidos por su conservadurismo. Las izquierdas, que habían sido el eje de su campaña electoral, pasaron a tener un rol secundario en su gobierno, excepto la Ministra de Trabajo (Secretary of Labor). Este equipo reforzó el enfoque de pactar las reformas con el Partido Republicano, preferido por Obama en su estrategia política, y ello a pesar de que numéricamente no les necesitaba, pues tenía mayoría, tanto en el Senado como en la Cámara Baja. Con esta estrategia diluyó considerablemente su propuesta inicial, eliminando elementos muy importantes de su proyecto de reforma, como era la introducción de un aseguramiento público que compitiera con el aseguramiento sanitario privado, que domina hoy la financiación y gestión del sistema sanitario estadounidense (ver mi artículo “Luces y sombras de la Reforma Sanitaria de Obama”. Sistema Digital. 25.03.10, colgado en mi web www.vnavarro.org). Esta eliminación creó una gran decepción y desmovilización de las bases del Partido Demócrata, sin conseguir, con ello, el apoyo del Partido Republicano, cuya estrategia electoral era hacer una oposición sistemática al intento de reforma (y ello a pesar de que la mayoría de propuestas, incluidas en las propuestas de reforma sanitaria, eran bastante parecidas, si no idénticas, a las que había propuesto el Partido Republicano en el pasado).
Esta situación condujo a una rebelión del Partido Demócrata (y muy en especial, de su rama de izquierdas, más próxima a los sindicatos) que, por primera vez, se enfrentó abiertamente al Presidente Obama. Con Nancy Pelosi como portavoz se expresó un rechazo a la política de pactismo, que entraba en contradicción con sus promesas electorales de cambio. En una conversación (que nunca se pretendió que fuera pública) le expresó, en términos muy contundentes, que su estrategia estaba desmovilizando al electorado demócrata y que su pactismo (que era, además, innecesario) estaba arruinando su proyecto. Los sindicatos le expresaron también su frustración. Tal presión tuvo impacto. El presidente Obama abandonó el pactismo e hizo campaña de enfrentamiento con los republicanos, recorriendo el país con un tono militante, intentando identificar al partido Republicano con las odiadas compañías de seguro sanitario privadas. La Ley pasó y la población indicó en las encuestas que apoyaba tal Ley (US Today –Gallup), aún cuando la veía insuficiente.
Veamos ahora España. El primer gobierno Zapatero 2004-2008, despertó toda una serie de esperanzas que, en parte, se cumplieron, gracias a una alianza que hizo con otros partidos a su izquierda. A pesar del conservadurismo de su equipo económico (que frenó muchas de las reformas necesarias), ocurrieron muchos cambios que respondían a los deseos de sus bases electorales y de las clases populares. Ahora bien, en el segundo periodo y coincidiendo con la crisis, el gobierno estuvo sometido a las presiones del mundo empresarial y financiero (enormemente poderoso en el país) para que se moviera a la derecha y estableciera pactos con las derechas. En esta presión estaba el deseo conservador de que se hiciera el gran pacto PSOE-PP para salir de la crisis, al cual se añadiría la derecha catalana, CIU.
Este pacto, que en parte está ya ocurriendo (aún cuando hay desacuerdos importantes en su aplicación) implica el desarrollo de unas políticas que, además de dañar a las clases populares (el gasto público social está descendiendo), está retrasando las políticas de reactivación económica del país. El centro de este pacto es convertir la reducción del déficit y de la deuda del Estado en el objetivo principal de la política económica del país (en lugar de que fuera la reducción del desempleo a base de expandir el gasto público en creación de empleo). Tal objetivo dificulta la recuperación económica y está afectando negativamente la calidad de vida de las clases populares. Y es, además, una nota de suicidio político, pues está desmovilizando a sus bases electorales. Y no es cierto que no haya alternativa. La suma de los votos de los partidos de centroizquierda e izquierda en las Cortes, son mayoría. En lugar de hacer un frente de izquierdas, acentuando las políticas keynesianas, se está haciendo un frente de derechas llevando a cabo políticas liberales. Y ello es un gran error. Las políticas que se están haciendo bajo el manto del pactismo están retrasando la recuperación económica.
Se me dirá que la pertenencia a la Unión Europea (con el pacto de Estabilidad) no permite otra alternativa. Reconozco que este pacto de estabilidad (que critiqué desde su inicio) significa un obstáculo para el desarrollo de tales políticas keynesianas (lo cual justifica la necesidad de que se cambie), pero no es un obstáculo insalvable si hay voluntad política, pues el déficit puede reducirse mediante el incremento de los impuestos, no sólo del IVA, sino de otros como el impuesto de patrimonio (que no tenía que haberse reducido), impuestos a los grandes grupos financieros y empresariales, cuyos beneficios fueron exuberantes (y continúan siéndolo), y recuperando los niveles de gravación de las rentas superiores que nunca tenían que haber disminuido, pues su descenso ha contribuido a incrementar una polarización de las rentas que ha sido muy ineficiente para la economía del país. Y lo que es también importante, la reducción del déficit debiera hacerse en un periodo más extenso que el que se ha considerado como necesario, pues su reducción en la rapidez que se calcula retrasará considerablemente el estímulo económico y la creación de empleo.
Es más, las políticas de pactos –tanto las de Obama como las de Zapatero- están creando un grave problema en la cultura democrática de ambos países, pues lleva a desfigurar las ofertas políticas, convirtiéndose en una amalgama política en que todos parecen iguales (y percibiéndose, además, como parte del problema). Sería de desear que el gobierno socialista recuperara la identidad que le distinga de los partidos de derechas, aliándose con los otros partidos de izquierda, en lugar de ir diluyendo más y más su carácter diferencial.