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Artículo publicado por Vicenç Navarro en el diario digital EL PLURAL, 30 de mayo de 2011

Este artículo critica la postura sostenida, entre otros, por Joaquín Leguina que considera que ninguno de lo que él llama los dos bandos de la Guerra Civil luchaba por la democracia, oponiéndose además a que los vencidos recuperen su memoria y a sus desaparecidos. El artículo muestra el carácter profundamente antidemocrático de tal postura.

Joaquín Leguina es un autor que se considera a sí mismo como un hombre de izquierdas, al que le encanta ser el ‘enfant terrible’ provocando a amplios sectores de las izquierdas, lo cual explica las grandes cajas de resonancia que tiene a su disposición. En su artículo “Palabras y puños” publicado en la revista El Siglo (18/04/2011), critica a la Ley de la Memoria Histórica, al Juez Garzón y a los familiares de los desaparecidos (a los que se refiere como “un puñado de parientes de víctimas (no todos)”) por “querer vencer una batalla que perdieron en los frentes de la Guerra Civil”. Escribe que el objetivo de tal gente es el “proyecto propagandístico que tiene vuelo político corto y aún menor en el campo de la historia”. Según él, tal ley y tales personas deberían abandonar su campaña y dejar la recuperación del pasado para los historiadores, a los cuales aplaude por su labor objetiva de análisis, distante de la subjetividad y ánimo propagandístico de los acusados. De ahí que utilice como cortapisa de su artículo una cita de otro crítico de la Ley de la Memoria Histórica, Santos Juliá, que escribió que “quiénes pretendan controlar el pasado –al modo de los “comisarios de la memoria”- perderán el futuro”. Leguina, pues, divide a los analistas del pasado entre los historiadores por un lado y todos aquellos que aún no siéndolo intentan analizar y recuperar una memoria perdida, a los cuales Leguina llama de todo, utilizando todo tipo de insultos.
Su capacidad provocadora radica más en la utilización de tales insultos –explícitos en una larga retahíla de sarcasmos, anotaciones ofensivas y mera mala leche- que en su argumentación, que es simplista y predecible, difícil de distinguir de lo que ha estado reproduciendo la derecha en este país desde que hay democracia. La única diferencia entre lo que Leguina dice y lo que la derecha ha estado diciendo es que las responsabilidades primeras y más graves de lo ocurrido durante la Guerra Civil la tienen aquellos que se levantaron en contra del régimen republicano. Las derechas (la mayoría) todavía hoy niegan tal hecho, enfatizando en su lugar que los dos bandos compartieron responsabilidad semejante. Pero, por lo demás, la narrativa (incluyendo los insultos) es bastante semejante. Los “dos bandos” eran culpables de enormes barbaridades y -añade Leguina- ninguno de ellos era democrático. Y se pregunta “¿cómo iba a consolidarse la democracia si la mayor parte de los agentes políticos no creían en ella?”. En esta interpretación de la Guerra Civil, los únicos que se salvan son lo que llama la Tercera España, aquellos españoles –por lo visto una minoría- que creían en los valores democráticos. Según tal tesis, los partidos políticos, sindicatos y movimientos sociales que defendían la República y luchaban por su reestablecimiento, estaban, en realidad, luchando también para establecer una dictadura. Tal aseveración reproduce la visión que en las últimas décadas han promovido las derechas en España. En realidad, algunos apologistas de la dictadura han defendido el golpe fascista considerándolo como necesario para parar el comunismo. Leguina no sostiene tal tesis, pero niega que los que lucharon para defender la República lo hicieran para recuperar la democracia.
Presentar a los que lucharon contra el golpe militar como carentes de valores democráticos es una enorme falsedad propagandística sin ningún rigor histórico. La evidencia existente –tanto por parte de historiadores (como el Profesor Josep Fontana de la Universidad Pompeu Fabra), como la propia memoria de los que participaron en aquel conflicto en defensa de la República- muestra que la gran mayoría de los partidos componentes del gobierno republicano elegido en las urnas, incluido el Partido Comunista, tenían como objetivo en su lucha contra el golpe militar el reestablecimiento de la II República, que era un régimen democrático.
Ni que decir tiene que durante la Guerra Civil los republicanos cometieron excesos que deben denunciarse. Pero la superioridad moral del lado republicano –que en su mayoría luchó para reestablecer la democracia- era intrínsicamente mucho mayor que la del lado golpista que interrumpió aquel proceso democrático. Señalar que casi nadie luchaba por la democracia entre los que deseaban la recuperación de la República es una observación frívola, claramente propagandística, injusta y errónea, poniendo en el mismo saco ético a los que llama los dos bandos del conflicto. Tal equivalencia llega al absurdo de considerar –como hace Leguina- el fascismo y el comunismo como equivalentes en la historia de aquel conflicto. Por lo visto Leguina desconoce que el Partido Comunista y la Unión Soviética estaban claramente comprometidos en reinstaurar la II República y lo último que querían era establecer “una dictadura del proletariado” en España (ver mi artículo “El recelo de las élites europeas”. Público (14/04/11)). La evidencia de ello es abrumadora. El fascismo deseaba y logró establecer una dictadura que resultó ser de las más crueles que hayan existido en el siglo XX en Europa. Que el Partido Comunista cometiera violaciones de derechos humanos que deben denunciarse, no es motivo para ponerlo en la misma categoría que al fascismo. Hacerlo –como hace Leguina- es mera propaganda anticomunista alimentada por una mentalidad de la Guerra Fría que persiste inalterada en su proyecto intelectual político.

Los que controlan el pasado controlan el futuro y el presente
Por otra parte, lo que Joaquín Leguina y su punto de referencia, Santos Juliá, parecen desconocer es que los que controlan el pasado controlarán el futuro (hagan el control como lo hagan). ¿Cómo explican la enorme resistencia que las derechas en España tienen a que se conozca el pasado y se recupere la memoria histórica de los vencidos? ¿Y cómo explican el silencio mediático sobre aquel pasado que continúa incluso hoy en España? Documentales como Els nens perduts del franquisme (“Los niños perdidos del franquismo”) que muestran el nivel de crueldad y represión sistemática que se dio en el lado golpista, con la participación de la Iglesia, no se han mostrado todavía en ninguna comunidad autonómica controlada por el PP. Y la primera vez que se presentó fuera de Catalunya en Televisión Española fue en Andalucia, a la una de la madrugada, casi treinta años después de establecerse la democracia.
Santos Juliá ha negado este silencio refiriéndose al abundante número de libros (la mayoría académicos) que se han publicado en España, ignorando la enorme distancia que existe en España entre la academia y la calle. La televisión es el forum de mayor influencia popular en España. Les invito a Joaquín Leguina y a Santos Julià a mirar el número de documentales o películas que se han mostrado en la televisión pública española (o en la privada), desde que se implementó la democracia, documentando la responsabilidad que el Ejército y la Iglesia, por ejemplo, tuvieron en las atrocidades cometidas durante la República y durante la Guerra Civil, enfatizando que la gran mayoría de atrocidades así como la mayor responsabilidad política –destruir la democracia- derivó del lado victorioso del conflicto. Que comparen este número con el número de documentales o películas que muestran las atrocidades cometidas por los dos bandos, con pleno equilibrio de responsabilidades. Compruébenlo (tal estudio se ha hecho) y que me digan por qué entonces no ven la necesidad de corregir este enorme desequilibrio, y que explique si creen que tal desequilibrio pueda corregirse sin la intervención y estímulo del estado actual, que se define como democrático (tal como intenta la Ley de la Memoria Histórica). En realidad, acabamos de ver una serie televisiva, muy popular, titulada “La República” en Televisión Española, en la que se presenta nada menos que a la Unión Soviética como la que controlaba los hilos del poder de la República desde sus inicios, donde la Guerra Civil la iniciaron unos sindicalistas que querían agitar a la clase trabajadora, y un largo etcétera de falsedades. Por desgracia, hay muchas más películas y documentales que enfatizan la equidistancia de los dos bandos que no la justicia y superioridad de unos sobre los otros, interpretación que se deshecha como maniquea. Según tal criterio, las fuerzas aliadas que vencieron en la II Guerra Mundial debían presentarse al mismo nivel de las fuerzas de Hitler y las de Mussolini.
Por otra parte dejar las cosas tal como están, delegando la recolección de datos a la “objetividad” de los historiadores como propone Leguina, es (además de no corregir la memoria histórica dominante) una idealización de la histografía, fácilmente cuestionable. Los historiadores son seres humanos y como tales, tienen su propia ideología. De ahí que haya tantas historias como historiadores. Decir esto no es menospreciar la labor historiográfica, sino romper con una sensibilidad muy corporativista que limita el conocimiento histórico de lo que fue la memoria colectiva a lo que hacen los historiadores, lo cual es de un reduccionismo corporativista criticable. La historia reciente se construye primordialmente a partir de la memoria de aquellos que la vivieron, tanto de aquellos que dejaron documentos escritos como de aquellos que no sabían escribir o no tenían escritores a su disposición.
No son sólo fuentes escritas, sino orales las que alimentan la información que debe recogerse y salvarse. La historia oral, entrevistando no sólo a las grandes figuras, sino a personas normales y corrientes, que en su vida cotidiana hicieron aquellos hechos posibles, es de una enorme importancia. Y en España, también de una enorme urgencia, pues esta memoria está desapareciendo, entre otras razones, por razones biológicas, pues los supervivientes se están muriendo. Y muchos, por no decir la mayoría, se llevan con ellos tal memoria. Su silencio durante todos estos años, refleja el temor y miedo todavía existente entre los vencidos, una situación que refleja la debilidad del sistema democrático en España. Utilizar términos vejatorios para definir este intento de recuperación –como hace Leguina- es ofensivo para todas las víctimas de aquel proceso, la mayoría de las cuales pertenecen al lado republicano, cuya mayoría lucho para recuperar la democracia, incluyendo “los comisarios” a los cuales Santos Juliá se refiere. Que tal obviedad continúe cuestionándose tal como hace Joaquín Leguina y miles como él, habla muchísimo de lo enormemente inmodélica que fue la Transición y lo muy incompleta que fue la democracia que tal Transición estableció.

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