Artículo publicado por Vicenç Navarro en el diario digital EL PLURAL, 25 de febrero de 2013
Este artículo muestra la otra cara de Nueva York, que no aparece en la visión de aquella ciudad que atrae a grandes sectores de la intelectualidad española. El modelo liberal de ciudad que representa Nueva York significa un deterioro muy marcado de la cohesión social en un país.
Siempre me ha llamado la atención la atracción que Nueva York genera en muchos de mis colegas en el mundo universitario español. De la misma manera que París ejerció su magnetismo en mi generación (años cincuenta y sesenta), Nueva York se ha convertido en el lugar donde ahora hay que estar, conocer y vivir (al menos durante una temporada). La visita y estancia del popular entrenador del Futbol Club Barcelona, Pep Guardiola, en Nueva York, parece ser parte de este fenómeno. Es como si se tuviera que estar en Nueva York para conocer el siglo XXI. Su aparente dinamismo parece atraer a las clases medias de renta media-alta, que se ven cautivadas por “el centro del consumo más importante del mundo”, como la Cámara de Comercio de Nueva York presenta tal ciudad. “Si vas a Nueva York encontrarás de todo”, es un eslogan exitoso que utiliza la Cámara de Comercio a fin de acentuar que Nueva York es el centro comercial más importante del mundo.
Conozco bien Nueva York. He vivido allí en diversas ocasiones como profesor visitante en varios centros académicos de tal ciudad y tengo un hijo y familia que trabaja en Nueva York, Manhattan, lo cual explica que visite la ciudad con gran periodicidad. Desde Baltimore, donde vivo parte del año, se tarda el mismo tiempo en tren que desde Barcelona a Madrid. Conozco, pues, bien tal ciudad.
De ahí que me sienta en la necesidad de proveer información que raramente se presenta y que tiene gran relevancia para conocer el carácter de aquella ciudad. Me centraré en lo que mis colegas llaman Nueva York, que es, en realidad, sólo un aparte relativamente pequeña de lo que es Nueva York. Nueva York, para gran número de turistas es Manhattan, una isla de algo más de un millón de habitantes dentro de un colectivo de ocho millones. La gran mayoría de visitantes no van a los barrios y condados fuera de Manhattan, donde la mayoría de la población neoyorquina vive, tales como Bronx, Queens, Brooklyn y otros. Es ahí donde vive la clase trabajadora de Nueva York, incluida la que sirve a los neoyorquinos que viven en Manhattan.
Manhattan tiene una estructura social y distribución de la renta semejantes a las de Bolivia. Es la ciudad con la mayor polarización social existente en EEUU. Según el censo del 2010, el 20% de la población más rica en Manhattan tiene cuarenta veces más renta que el 20% de los de menos renta en Manhattan. Pero lo que es igualmente interesante es que la renta media de este último grupo, el menos adinerado, es mucho más alta que la del 20% de la población con menos renta del resto de Nueva York. De ahí que, si comparamos los niveles de renta del 20% de renta superior en Manhattan (que es también el más rico de Nueva York) con el 20% inferior de la ciudad de Nueva York, entonces las comparaciones de polarización social no son como en Bolivia, sino como en Haiti o Bangladesh. La distancia entre un rico neoyorquino y un obrero no cualificado en paro que vive en el Bronx es enorme. Y hay muchas veces más gente en el segundo que en el primer grupo. Como he indicado antes, la clase trabajadora de Nueva York no vive en Manhattan, sino en los otros distritos de la ciudad, fuera de Manhattan. Millones de trabajadores cogen el metro por la mañana y van desde fuera a Manhattan para garantizar que Manhattan funcione, marchándose a casa por la noche, también en metro.
Los dos grandes centros del poder en Manhattan se basan en la especulación financiera e inmobiliaria: Wall Street y la industria inmobiliaria son los centros que han configurado en gran medida las características de la estructura social, que en Nueva York se basa no sólo en el trabajo, sino en el tipo de vivienda en la que un ciudadano o residente vive. El precio promedio de la vivienda en Manhattan es de un millón y medio de dólares (el promedio en EEUU es de 230.000 dólares). Y el precio promedio del alquiler es de 3.973 dólares al mes (el promedio en EEUU es de 2.800 dólares menos), según Amy O’Leary, “What is Middle Class in Manhattan”, en el New York Times (18.01.13). Con estos precios, sólo gente con abundantes medios puede vivir en Manhattan. El abanico de rentas para catalogar a una familia dentro de la categoría de clase media es en Manhattan entre 80.000 y 235.000 dólares (en EEUU es entre 33.000 y 100.000 dólares).
La vivienda configura, pues, el marco definitorio de la estructura social, determinando el nivel de todo lo demás. Así, la matrícula de una escuela privada cuesta 40.000 dólares al año, lo cual explica que cuando las parejas tienen niños tales gastos puedan ser prohibitivos, forzándoles a desplazarse fuera de Manhattan. De ahí que Manhattan tenga la mitad de hogares con niños que el promedio de EEUU. Sólo el 17% de los hogares tienen niños, la mitad del promedio en EEUU.
Esta situación ha ido empeorando, como resultado de las intervenciones públicas. La desregulación de la banca y del precio de la vivienda fueron elementos clave en la creación de esta situación. No siempre fue así. En realidad, Manhattan había tenido una política de control de los alquileres de manera que no pudieran aumentarse por encima de un cierto nivel. La mitad de las viviendas estaban en este régimen. Pero esta situación cambió a partir de las leyes neoliberales que han impactado muy negativamente en tal situación, la cual ha contribuido a la segregación territorial de Nueva York, donde las rentas elevadas están en el centro y la clase trabajadora en la periferia. Es en cierta manera lo que está ocurriendo en Barcelona también, aunque en menor grado.
De esta breve fotografía de una dimensión poco conocida en Nueva York, se deduce que esta configuración urbana y social de Nueva York determina una dinámica de polarización social que debería conocerse para prevenir construir un futuro que reproduzca el “modelo Nueva York” en nuestro país. Francamente, prefiero muchas veces más Barcelona y no deseo que el futuro de nuestra ciudad de asemeje a Nueva York. Conozco bien las dos ciudades y no tengo ninguna duda de que para la mayoría de la población que se gana su pan con el sudor de su frente, Barcelona es un lugar mejor para vivir que Nueva York.
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