Article publicat per Vicenç Navarro a la columna “Pensamiento Crítico” al diari PÚBLICO, 3 de setembre de 2014.
Aquest article mostra les dues visions d’Espanya que el nacionalisme espanyolista ha negat, definint com a secessionistes a aquells que no coincideixen amb la seva visió.
Las declaraciones del Ex presidente Pujol, admitiendo que tenía una fortuna no declarada en el extranjero, junto con la información que se está generando sobre el capital acumulado por su familia, ha sido una noticia que está siendo aprovechada por los nacionalistas españolistas para intentar desinflar y eliminar lo que tal nacionalismo define como nacionalismo catalanista (quisiera aclarar desde el principio que no utilizo el término españolista o catalanista de un manera peyorativa, sino meramente descriptiva, a fin de definir los nacionalismos distintos enraizados en dos visiones distintas de lo que es España). Es predecible que ello ocurra, pues el nacionalismo españolista siempre ha considerado el movimiento de defensa de Catalunya como nación como un movimiento de derechas, promovido por la burguesía catalana, y centrado en la figura de Pujol. Esta percepción, sin embargo, es profundamente errónea, y crea constantemente enormes tensiones que no desaparecerán hasta que haya una mejor comprensión y conocimiento de la historia de Catalunya y, por cierto, también de España.
La visión de España del nacionalismo españolista
La falta de interés de los gobiernos españoles, incluidos los socialistas, hacia la recuperación de la memoria histórica explica que muchas de las ideas y percepciones heredadas de la dictadura que se impuso en España durante cuarenta años hayan pervivido. Una de ellas es la percepción de lo que es España y su Estado, que se ha mantenido y cristalizado en la Constitución española. España es, en esta visión, la única nación existente en el territorio español, definiéndose en la Constitución como única e indivisible. Esta visión, muy extendida a lo largo del Estado español, fue incluso más reforzada durante la dictadura, que acentuó la concepción jacobina del Estado (y que aparece en una España radial, centrada en Madrid, la capital del Reino durante y después de la dictadura). Ni que decir tiene que esta visión era la visión tradicional de España, que antecede al establecimiento de la dictadura y que estaba basada en una visión imperial, celebrándose el 12 de octubre (que saluda y celebra el descubrimiento de América y la expansión del Reino de España en América Latina) como la Fiesta Nacional (que en su día se llamó también el Día de la Raza). Ello explica que sea, incluso hoy, una fiesta que se celebra con un desfile militar realizado por el Ejército que se presenta como el portavoz de patriotismo y amor a la patria. Ni que decir tiene que durante y después de la Transición tuvieron lugar muchos cambios que diluyeron algo esta visión de España, pero sin cambiarla significativamente. La permanencia de la Monarquía Borbónica reforzó, como era de esperar, esta visión.
La reproducción de la España uninacional
Esta permanencia se debió a la manera como se hizo la Transición, que se hizo en términos muy favorables a las fuerzas conservadoras que controlaban el Estado y la mayoría de medios de información y persuasión. He escrito extensamente sobre este tema (ver Bienestar Insuficiente, Democracia Incompleta. Sobre lo que no se habla en nuestro país. 2002), mostrando el enorme desequilibrio de fuerzas que había en el momento de la Transición, entre las fuerzas conservadoras españolistas, que controlaban el Estado, y las izquierdas, que habían liderado las fuerzas democráticas y que acababan de salir de la clandestinidad. Era predecible, por lo tanto, que el producto de la Transición (desde la Constitución a la arquitectura institucional del Estado democrático) estuviera claramente sesgado a favor de las primeras a costa de las segundas. Y una consecuencia de ello fue la reproducción de la visión característica del nacionalismo españolista.
Soy consciente de que se me dirá que ello no es así, pues el Estado de las Autonomías descentralizó considerablemente este Estado, convirtiéndolo en un Estado casi federal. Dicho argumento desconoce lo que es un Estado federal. España dista mucho de tener un Estado federal. La descentralización del Estado fue predominantemente administrativa, diluyendo poco el enorme poder que tiene el Estado central, tal como han reconocido, por cierto, la mayoría de Presidentes de los gobiernos españoles, siendo el último que así lo indicó el Presidente Zapatero. Un ejemplo de este excesivo centralismo es el desmantelamiento del Estado del Bienestar español y sus servicios públicos (sanidad, educación, servicios domiciliarios a las personas con dependencia, servicios sociales, escuelas de infancia, vivienda social, y otros), que estamos viendo ahora, impuesto por el Estado central, gobernado, tanto en su rama ejecutiva como en la legislativa, por el Partido Popular, que utiliza su control del Estado central para conseguir tal desmantelamiento. Este Estado es el mismo Estado que nunca ha reconocido la plurinacionalidad de España.
La otra visión de España: la plurinacional y poliédrica, en lugar de la radial
Frente a ello hubo otra visión de España que consideraba a esta constituida por varias naciones, y cuyo Estado debería tener un carácter plurinacional y su estructura poliédrica y no radial. Esta visión es muy antigua y está arraigada, por regla general, en una idea de España que surgió principalmente en oposición al Estado central. Dicha visión ha sido particularmente potente entre aquellos pueblos que pertenecen a las naciones cuyo carácter nacional no es reconocido por la visión uninacional de España. Esta otra visión ha sido ocultada, cuando no perseguida, por el nacionalismo españolista. No se conoce, por ejemplo, en la mayor parte de España que las fuerzas catalanas que se levantaron contra la monarquía borbónica y fueron derrotadas el 11 de septiembre (día nacional de Catalunya) de 1714, exigieron y lucharon para defender su identidad y personalidad catalana, y así construir otra España. En contra de lo que han dicho los nacionalistas españolistas, aquellos catalanes que lucharon y fueron derrotados el 11 de septiembre no lucharon contra España, sino contra la visión uninacional de España, identificada con la monarquía borbónica. Lo dijo claramente el dirigente de las tropas que en 1714 fueron masacradas por las tropas borbónicas, el general Villarroel, en su arenga a las tropas antes de iniciar la batalla. Permítanme que lo cite, palabra por palabra: “Señores, hijos y hermanos: hoy es el día en que se han de acordar del valor y gloriosas acciones que en todos tiempos ha ejecutado nuestra nación. No diga la malicia o la envidia que no somos dignos de ser catalanes e hijos legítimos de nuestros mayores. ¡Por nosotros y POR LA NACIÓN ESPAÑOLA PELEAMOS! Hoy es el día de morir o vencer” (el original no está en mayúsculas, las añado para que se pueda leer bien). Queda claro que los héroes masacrados por las tropas borbónicas luchaban por otra visión de España, claramente plurinacional, cuya memoria es recordada el 11 de septiembre, la Fiesta Nacional de Catalunya. El día nacional en la primera versión de España –la uninacional- es el día en el que se celebra la victoria y conquista de un nuevo continente. En Catalunya, el día nacional es un homenaje a los derrotados defendiendo otra visión de Catalunya y de España.
Por desgracia estos últimos murieron y, repito, fueron masacrados, y el Estado borbónico se estableció en Catalunya y en España. Ahora bien, la visión alternativa de la España plurinacional se reprodujo a lo largo del territorio español (y no solo en Catalunya) a través de los distintos movimientos que estaban, no contra España, sino contra el Estado español, que no les dejaba ser lo que eran. Y esta visión fue, precisamente, la que adoptaron la gran mayoría de movimientos y fuerzas españolas de izquierdas. Léanse los documentos de la clandestinidad y verán que tanto el PSOE como el PCE deseaban establecer el principio de autodeterminación –que es lo que se llama ahora el derecho a decidir– para aquellos pueblos y naciones que constituirían un Estado plurinacional, garantizando así que la unión de España se estableciera voluntariamente y no a la fuerza. El derecho de autodeterminación es un reconocimiento de la potestad de escoger y decidir. No es sinónimo, como maliciosamente se representa a los dos lados del Ebro, de independencia. Derecho a decidir es, por definición, derecho a escoger, siendo la independencia una alternativa, entre otras que puedan escogerse.
El dominio del nacionalismo españolista
La Transición de la dictadura a la democracia, que, como he indicado, se hizo en términos muy favorables a las fuerzas conservadoras que controlaban el Estado hizo desaparecer (como resultado de la imposición por parte del Monarca y del Ejército) esta visión plurinacional en la Constitución española, manteniendo la uninacional y asignando al Ejército la responsabilidad de garantizar la perpetuación de tal visión. Dicha visión constituye el eje del nacionalismo españolista, el único nacionalismo que no se define como tal, y que utiliza este término para definir a los nacionalistas de la periferia, es decir, a los nacionalismos catalán, vasco y gallego. Y el elemento central del Estado que lo reproduce es la Monarquía, apoyada por los partidos mayoritarios, uno de los cuales, el PSOE, abandonó el compromiso que históricamente había tenido con la otra visión del Estado español, como resultado de la presión del Monarca y del Ejército, y que nunca ha explicado por qué cambió su visión de España, renunciando a la que tenía durante la lucha contra la dictadura.
Las izquierdas catalanas (y en su momento las españolas) siempre sostuvieron la visión plurinacional de España
Ahora bien, las izquierdas catalanas nunca renunciaron a esta otra visión. En realidad, fue el gobierno tripartito (el gobierno más progresista que Catalunya haya tenido), presidido por Pasqual Maragall (y más tarde José Montilla), el que promocionó esta otra visión en el Estatuto de Autonomía del 2006. No fueron la derecha o la burguesía catalana (como siempre maliciosamente se interpreta por parte de los nacionalistas españolistas) las que promovieron el Estatuto, que tenía como una de las propuestas centrales el reconocimiento de la plurinacionalidad del Estado español, definiendo a Catalunya como una nación. Dicho Estatuto fue apoyado por algo más de dos tercios del Parlament catalán, por las Cortes españolas (después de cepillados a diestro y siniestro) y por casi el 75% de los catalanes que votaron el referéndum, para ser vetada en estas partes claves por el Tribunal Constitucional, donde la visión uninacional tenía mayoría. El mensaje fue claro. El Estado español no permitiría nunca la aceptación de la otra visión, imponiendo la visión uninacional, lo cual, para mayor ofensa, no se ve como ninguna explotación, desdeñándose tal visión “como síntoma de nacionalismo catalán nunca satisfecho con lo que tiene, y atribuyéndose un victimismo inexistente, demagógico e insolidario”, frase que ha aparecido miles de veces en boca, no solo de las derechas, sino también de los Bonos y Leguinas, y una larga lista de nacionalistas españolistas, en la esfera socialista.
El movimiento secesionista como alternativa ascendente
Ahora bien, la situación actual, en la que se intenta negar y ocultar la plurinacionalidad de España, es insostenible. Y la incapacidad para reconocer esta realidad está estimulando el secesionismo, que ha sido siempre un sentimiento muy minoritario en Catalunya (ni el Presidente Companys ni siquiera Macià eran secesionistas, querían construir un Estado dentro de una federación). Como he escrito extensamente, el fenómeno más nuevo en Catalunya, todavía no entendido por el establishment político español radicado en Madrid, es que al 20% de independentistas se le está sumando un porcentaje mayor de catalanes que se sienten españoles, pero que creen que el Estado español nunca cambiará, y que no se encuentran cómodos en este Estado uninacional profundamente conservador.
Mientras tanto, las encuestas señalan claramente que la mayoría de la población (y la mayoría de partidos representados en el Parlament de Catalunya, CiU, PSC, ERC, ICV, EUiA y CUP) desean que al pueblo catalán se le permita ser consultado sobre qué articulación desea con el resto de España. Y, naturalmente, dicha consulta tendrá que ser complementada con otras, en el resto de los pueblos y naciones de España, sobre cómo desean que sea esta articulación (y su propia articulación). Es precisamente esta oposición a que se realice tal consulta lo que está incrementando el voto secesionista.
El rechazo al estado español se acentúa todavía más cuando este está gobernado por el PP que tiene muchas características heredadas de la ultraderecha que controló el estado dictatorial, caracterizada por una visión jacobina del estado español. Es interesante que, en este aspecto, existe una semejanza entre lo que ocurre en Escocia donde el secesionismo no es solo un rechazo del estado británico y su nacionalismo sino también por su rechazo al conservadurismo neoliberal iniciado por la Sra. Thatcher y seguida por los siguientes gobiernos (ver mi artículo “Escocia. Semejanzas y desemejanzas con Catalunya y España”. Público, 01.09.14).
Las dos Cataluñas
De la misma manera que siempre ha habido dos visiones de lo que es España, ha habido siempre dos visiones de Catalunya. Una, la del nacionalismo conservador representado por CiU, y liderado durante muchos años por Pujol. Este último ha sido y es una figura muy representativa de esta visión de Catalunya, que siempre antepone sus derechos de clase e intereses personales a los intereses de las clases populares, con una visión de España muy patrimonial y clientelar. Su composición es parte de esta casta dirigente que ha dominado la vida política del país. Pero, históricamente, la más antigua, la más creíble, y la más popular fue la visión de Catalunya como una nación unida voluntariamente, con los otros pueblos y naciones de España, con el derecho de autodeterminación para expresar su autonomía y derecho de decisión. Esta es la otra visión que era la de las izquierdas catalanas y que tuvo su máxima expresión en el PSUC, que relacionó claramente la lucha de clases con la lucha por la identidad catalana. Y ahí está el gran error de grandes sectores de las izquierdas catalanas. Dejaron que las derechas monopolizaran la bandera catalana cuando paradójicamente habían sido las únicas fuerzas que la habían defendido durante la dictadura. Ahora bien, la situación en Catalunya y en España está cambiando de una manera muy sustancial, con tsunamis políticos tanto en Catalunya como en España. Y uno de los acontecimientos más notables son las grandes alianzas que se están estableciendo en los distintos pueblos y naciones que exigen el reconocimiento de sus derechos nacionales, sociales, laborales y económicos, con plena capacidad de decisión en todas las dimensiones del quehacer político que afecta su bienestar y calidad de vida.
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