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Publicat a El País, 1 de marzo de 2008

Como persona que ha vivido en EEUU durante más de treinta y cinco años, me sorprende y me preocupa leer muchos artículos en los medios de información españoles (incluidos varios en El País) que presentan las primarias en aquel país como una muestra de su madurez democrática, contrastándola con la pobreza y baja calidad de nuestro sistema electoral reflejada –según tales artículos- en las presentes elecciones a las Cortes Españolas.

Pero antes de mostrar mi desacuerdo con tales tesis siento la necesidad de hacer una declaración personal. Durante mi larga estancia en aquel país participé activamente en su vida académica y política. Fui asesor de Jesse Jackson en las primarias del Partido Demócrata del 1984 y 1988. Fui miembro (a propuesta de los sindicatos estadounidenses y del movimiento de derechos civiles Rainbow Coalition) del grupo de trabajo liderado por Hillary Clinton en la Casa Blanca responsable de proponer la reforma sanitaria que garantizara el derecho de la ciudadanía estadounidense a acceder a los servicios sanitarios (derecho inexistente en EEUU).

Y antes, el Departamento de Bienestar y Asuntos sociales del Gobierno federal (equivalente al Ministerio de Sanidad de nuestro país) me había citado como “uno de los científicos que ha contribuido más al bienestar social del pueblo estadounidense”. Me veo en la necesidad de aclarar estas notas biográficas para cubrirme de la burda acusación de “antiamericano” que los autores liberales conservadores atribuyen a cualquier voz crítica de aquella sociedad.

Veamos ahora los datos que cuestionan aquella visión idílica del sistema electoral estadounidense. Este es el único país del mundo desarrollado que está privatizado, es decir, que la financiación de las campañas electorales es privada. La mayoría de tales fondos vienen de grupos económicos, financieros y empresariales que compran acceso a los candidatos y capacidad de influenciar sus políticas públicas.

La revista de negocios Fortune listaba recientemente las cantidades (la banca Goldman Sachs 360.000 dólares a Clinton, 360.328 dólares a Obama) que grandes empresas han invertido (término utilizado por Fortune) en los candidatos. Tales fondos proceden también de aportaciones individuales que según la Comisión Federal Electoral puede alcanzar 2.300 dólares por donación y que proceden predominantemente del 30% de la población de renta superior del país. Cada candidato puede gastarse tanto como pueda conseguir. No hay límites.

Y tal dinero se gasta predominantemente para comprar acceso a los medios de información y persuasión (televisión y radio), todos ellos privados y que se venden al mejor postor, sin ningún control o regulación. Tal sistema de financiación privada discriminó a los candidatos de izquierda como Kucinich y Edwards que debido a sus propuestas programáticas, antagonizaron a importantes grupos de presión y no pudieron conseguir los fondos que les hubieran permitido acceder a los medios (ver “Como entender la situación política de EEUU” en www.vnavarro.org).

Según el centro de estudios electorales Common Cause nada menos que el 94% de candidatos al Congreso de EEUU en 2006 mejor financiados ganaron las elecciones. De ahí que un 68% de la población estadounidense no considera al Congreso estadounidense representante suyo sino de los lobbies económicos, financieros y profesionales que les financian las campañas electorales a los políticos. En realidad sólo un 52% de la población participa en las elecciones al Congreso el año que eligen al Presidente. En los otros años sólo participa un 30%.

La animosidad frente a la dirección de los partidos políticos por parte de sus bases explica una movilización anti-clase política (que incluye la dirección del Partido Demócrata) percibida como excesivamente dependiente del mundo empresarial y financiero y que explica el fenómeno Obama. No es éste el que ha creado tal movilización como erróneamente se escribe. Antes al contrario, ha sido la movilización de protesta que ha facilitado la aparición de Obama. Este, que ha sido uno de los recipientes de mayores fondos del capital financiero (Wall Street) ha intentado capitalizar la ola anti-Washington, beneficiándose del hecho de que no se le percibe como parte del establishment de Washington (ha sido Senador sólo durante dos años) y que se opuso a la invasión de Irak.

Y aunque sus propuestas programáticas son muy moderadas (en España estaría en el centroderecha) su mensaje anti-Washington es radical y movilizador entre las bases del Partido Demócrata. No hay duda de que en España tenemos déficits democráticos en nuestro sistema electoral. Pero su financiación pública y regulación en la exposición mediática del proceso electoral permite una diversidad ideológica y capacidad de elección mucho mayor que en EEUU. Nuestra calidad democrática es mucho mayor que la de EEUU. En realidad, es paradójico que en un momento en que el Partido Demócrata está tan desacreditado (el Congreso controlado por tal Partido es el más impopular de los que han existido en los últimos cincuenta años) se convierta ahora en un modelo para sectores españoles disconformes con los partidos actuales.

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