Publicat a El País, edició Catalunya, 29 de Abril de 2008.
La Abadía de Montserrat está mostrando estos días una exposición de la Guerra Civil española que contiene una narrativa, presentada en forma de citas de personajes participantes y/o observadores de aquel conflicto, que reproduce una interpretación histórica ampliamente promovida por círculos de la Iglesia catalana y grupos sociales y políticos afines a tal institución. Según ella, aquélla fue una guerra entre dos bandos, igualmente responsables de tal evento histórico, que guiados por ideologías y principios “tan nocivos como los gases venenosos” realizaron “salvajadas”, término que se utiliza para definir horribles violaciones de los derechos humanos. De tal interpretación se deriva la necesidad de “olvidar aquellos agravios e injusticias, y mirar al futuro basándonos en la reconciliación”. Un mensaje implícito en la exposición es una crítica a la Ley de la Memoria Histórica (que desea recuperar una versión histórica distinta a la presentada en tal exposición), crítica hecha explícita por el Abad de Montserrat en una reciente conferencia en el Círculo Ecuestre de Barcelona a un grupo de empresarios catalanes.
Es difícil no estar de acuerdo con la llamada a “mirar el futuro, con una vocación de reconciliación”. Pero no es posible una reconciliación entre vencedores y vencidos a no ser que se corrija esta interpretación histórica y que se haga justicia a los vencidos. Asumir que hay una equidistancia en las responsabilidades por aquel conflicto es ignorar hechos que han sido ampliamente documentados y que incluyen: 1) las salvajadas de los vencedores fueron más numerosas que las realizadas por los vencidos; 2) las primeras eran parte de una política de Estado, en la cual la Iglesia jugó un papel fundamental, no sólo en ofrecer el eje ideológico de aquel régimen dictatorial (el nacionalcatolicismo) sino también en su participación directa de la represión; 3) las salvajadas del bando que perdió la guerra (que deben denunciarse también) no respondieron, en su mayoría, a una política de Estado y es bien conocida la movilización de autoridades republicanas para parar tales abusos. Por último, y el factor más importante, ignorado en la exposición, es que la Guerra Civil no fue una lucha entre dos bandos, igualmente responsable por las salvajadas. Fue un golpe militar estimulado por instituciones como la Iglesia, el mundo empresarial, la banca y otros grupos de presión que vieron afectados sus privilegios por las reformas llevadas a cabo por un gobierno democrático.
No sólo como hijo de vencidos, sino como demócrata, me ofende que se considere a los que lucharon por la democracia a la misma altura moral que aquellos (como la Iglesia) que lucharon para destruirla. Hubo una causa justa y otra injusta. Y es difícil alcanzar la reconciliación sin el reconocimiento de este hecho. La Iglesia Católica catalana, en su gran mayoría, no se opuso al golpe militar, antes al contrario. Todavía hoy existe en la entrada de Montserrat un monumento a los caídos del bando golpista, presentándolos como “ejemplos a seguir para las próximas generaciones”. Más tarde, fue cambiando y se convirtió en un centro con sensibilidad democrática promoviendo una visión próxima a la democracia cristiana. Su oposición ahora a la Ley de la Memoria Histórica con el argumento de que con ella se abren de nuevo las heridas asume que las heridas están ya cicatrizadas, confundiendo silencio con curación. Las heridas no se curan con el tiempo a no ser que desaparezca la causa de la herida. Y esta causa es la enorme injusticia que se ha hecho a los vencidos reproduciendo una historia que viola sus derechos y dignidad. En realidad, lo que se requiere no es tanto la recuperación sino la corrección de la memoria histórica. Dejar tal labor de corrección a los historiadores –como el Abad de Montserrat propone- es dejar la historia tal como está, pues el pasado se promueve y se enseña a través de instituciones públicas como escuelas y medios públicos que no están todavía difundiendo la historia de los vencidos, que eran los que llevaban razón en aquel conflicto.
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