Publicado en la revista digital EL PLURAL, 21 noviembre 2008
El hecho de que durante las elecciones al Partido Demócrata los dos candidatos con más posibilidades de salir elegidos fueran un negro y una mujer dio pie a reforzar la imagen promovida por la mayoría de los medios de información de aquel país de que EE.UU. es un país en el que las oportunidades están abiertas a todos sus ciudadanos, incluyendo negros, otras minorías y mujeres. Esta interpretación, sin embargo, no se corresponde con la realidad. Cuando se presenta la elección de un candidato negro a la Presidencia de EE.UU. como muestra de que hay igualdad de oportunidades en EE.UU. se asume que la discriminación racial o de género es la mayor causa de la falta de igualdad de oportunidades en EE.UU. Y no lo es. Una sociedad puede no tener ninguna discriminación de raza y género, por ejemplo, y sin embargo, negar las posibilidades a sus ciudadanos (incluyendo negros y mujeres) de tener igualdad de oportunidades. En realidad EE.UU. tiene hoy más desigualdades sociales y de renta y menos posibilidades de movilidad vertical (pasando de un nivel de renta inferior a uno superior o de una clase social a otra superior) que hace treinta años. La discriminación racial y de género ha disminuido en EE.UU. desde la aprobación de la Ley de Derechos Civiles del año 1965 (The Civil Rights Act) que ha hecho posible que un hombre negro, Colin Powell, fuera el Ministro de Asuntos Exteriores durante el periodo 2001-2005; que una mujer negra, Condolezza Rice, fuera Ministra de Asuntos Exteriores en los años 2005 a 2008, y que a partir del 20 de Enero de 2009 un negro sea Presidente de EE.UU. Esta es una gran victoria frente a la discriminación racial y de género. Pero el hecho de que haya más negros y mujeres en las élites dirigentes no quiere decir que la mayoría de las clases populares, incluyendo sus sectores de menor renta hayan mejorado sus posibilidades de ascender en la escala social. Tal como señala Walter Benn Michaels en su libro The Trouble with Diversity. How we learned to love identity and ignore inequality (Metropolitan Books 2006) las desigualdades sociales han aumentado enormemente desde que Betty Friedan escribió The Feminine Mistique (el libro que generó el movimiento feminista en EE.UU.), cuando el 20% de las personas con mayores ingresos ganaba el 43% de toda la renta del país. Hoy ganan el 52%. El 20% de las personas con menos renta ganaban 5% de toda la renta entonces, y ganan ahora el 3,4%. Nunca (desde la Gran Depresión) las desigualdades sociales han alcanzado tal nivel. Y nunca como desde entonces las posibilidades de subir de nivel de renta (pasar de una decila inferior a una superior) han sido tan limitadas como ahora. En realidad, EE.UU. es hoy el país, entre los países de comparable nivel de desarrollo económico, que tiene menos movilidad vertical. Es decir, es el país en el que una persona nacida en la última decila tiene mayores dificultades para salir de ella. (George Irvin. Super Rich. The Rise of Inequality in Britain and the U.S.) y ello no variaría aunque no hubiera discriminación en contra de los negros y de las mujeres. La ausencia de discriminación cambiaría el color y el género de las personas que ocupan los niveles de renta superiores pero sin variar un ápice la estructura de clase social del país y sus profundas desigualdades.
Esta observación necesita hacerse puesto que hubo una sorpresa mayor en Europa cuando se vio lo desprotegida que estaba la mayoría de la población trabajadora de escasa renta en New Orleáns frente al Huracán Katrina. Puesto que la mayoría de la población era negra, se creó la imagen de que tal desprotección se debía a que eran negros, resultado de la discriminación. El hecho es que, aunque no hubiera habido discriminación, Katrina habría creado el mismo número de muertos e idéntico desastre. La diferencia hubiera sido que los negros en lugar de ser el 82% de los muertos hubieran sido el 13%, el porcentaje de la población que es negra en EE.UU. Pero el número de muertos habría sido el mismo. En realidad, la mayoría (en términos absolutos) de pobres en EE.UU. no son negros sino blancos.
El obstáculo mayor, por lo tanto, para conseguir una igualdad de oportunidades, no es la existencia de la discriminación racial y de género, sino la estructura de clases sociales en la que, durante los últimos treinta años, el 20% de la población de renta superior ha aumentado su nivel de renta a costa del descenso de la capacidad adquisitiva del 60% de la población. El hecho de que haya más negros y blancos en este 20% no ha variado esta situación. Y me temo que tampoco variará con el Presidente Obama. Su propuesta distributiva más ambiciosa es subir los impuestos de aquellos ciudadanos que ingresan más de 250.000 dólares al año (que representan menos del 3% de la población que declaran impuestos), y bajarlos en todos los demás. Tal medida es escasamente redistributiva. Cuando propone aumentar los impuestos a los ricos y bajarlos a la clase media, incluye en esta categoría de clase media a las personas desde las que ganan 225.000 dólares (que están en la decila superior del nivel de renta) hasta las que ganan 10.000 dólares (que están en la decila inferior). Este significado de clase media tan amplio limita en sí su capacidad redistribuidora y con ello la posibilidad de reducir la distancia social entre las clases sociales, condición sine qua non para que se facilite la igualdad de oportunidades.