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Publicado en EL PLURAL. 19 diciembre 2008

El público español debería ser consciente de que el prestigio del The Economist entre expertos en temas económicos en EE.UU. es muy bajo. Es una revista muy bien hecha y muy bien escrita pero su falta de rigor es también bien conocida. Me decía un amigo economista del prestigioso Economic Policy Institute de Washington, que él solía leer The Economist con gran interés aun cuando detectaba grandes errores cuando analizaba temas en los cuales estaba especializado. Me decía: “bueno, en los temas que yo trabajo no son rigurosos, pero al menos en otras áreas creo que lo son. Y así continué leyéndolo hasta que comenté mis impresiones con otros amigos expertos en otras áreas y me dijeron que a ellos les pasaba lo mismo: que en sus áreas el The Economist era muy poco riguroso. Dejé entonces de suscribirme y dejé de leerlo.”

Yo tengo que admitir que dejé de leerlo hace ya tiempo, hasta que leí en la prensa diaria que un informe sobre España que publicó tal semanario creó gran revuelo en Cataluña. Así que me fui al quiosco y me lo leí. Y confirmé de nuevo, que mi amigo llevaba razón. Datos elementales y básicos se presentan sin el más mínimo respeto a la veracidad. Sólo tres ejemplos. Decía el informe que “los votos del Partido Popular en las últimas elecciones fueron superiores a los votos del Partido Socialista en todas las CC.AA excepto en Cataluña”. En realidad, no sólo en Cataluña, sino en Andalucía, Aragón, Asturias, Canarias, Extremadura, Islas Baleares y País Vasco, el Partido Socialista tuvo más votos que el PP.

Otro ejemplo. Escribe el informe que “un español que no hable en catalán no tiene prácticamente ninguna posibilidad de enseñar en una Universidad de Barcelona”. Pues bien, en el Departamento donde yo enseño en la Universidad Pompeu Fabra, uno de los mejores departamentos de Ciencias Políticas y Sociales de España (según las “ligas de excelencia” publicadas en España) nada menos que el 30% de profesores no hablan catalán. Es interesante que basado en estos y otros datos falsos, el informe construye toda una imagen del gobierno catalán basadas en fuentes como el Sr. Fernando Savater, conocido por su animosidad hacia la cultura e identidad catalanas. Dice también sobre el catalán que “el castellano se enseña como una lengua extranjera en Cataluña”, faltando a la más mínima veracidad. Tanto por la metodología de enseñanza de la lengua, como por su presencia en el curriculum, como por la obligación de aprender el castellano, está claro que este idioma, que es lengua oficial también en Cataluña, no es una lengua extranjera en el sistema educativo catalán.

Podría continuar mostrando ejemplos de esta ligereza en la utilización de los datos y conclusiones a las que llega el que lo escribió, el Sr. Michael Reid, corresponsal del The Economist para América Latina, y que escribió tal informe. No es de extrañar que haya originado amplias protestas en Cataluña aunque La Vanguardia lo haya protegido, defendiendo la libertad de expresión de tal señor, libertad que nadie, por cierto, cuestionaba. El Sr. Francesc de Carreras, en su columna de La Vanguardia también intentaba ridiculizar a la Consejera Tura del Gobierno de la Generalitat de Catalunya, por haber criticado el artículo del The Economist, haciendo referencia a una supuesta falta de sensibilidad que estas críticas reflejaban hacia la libertad de expresión. Sería deseable que La Vanguardia aplicara en sus propias páginas de opinión tal principio de libertad de expresión, ya que es bien conocido como está vetando a autores de izquierdas, como también es conocida la escasa diversidad ideológica entre sus colaboradores y la limitada pluralidad en sus opiniones. Nunca ha publicado, por ejemplo, un artículo en contra de la Monarquía. Viendo estos hechos, La Vanguardia y sus colaboradores deberían tener más cuidado al presentarse como defensores de la libertad de expresión. Pero, volviendo al Sr. Reid, nadie que lo haya leído ha criticado el derecho a escribir un informe sobre España y sobre Cataluña. Lo único que se le pide es que tenga en su reportaje un mínimo de respeto hacia la veracidad de los hechos. Es obvio que el Sr. Reid no miente. Para mentir hay que conocer la verdad, y el Sr. Reid no la conoce. Pero hubiera sido más creíble si hubiera profundizado en su conocimiento de nuestro país leyendo más y diversificando sus fuentes de información.

Y hablando de libertad de expresión. Siempre me impresiona cuando algunos de los medios que se llenan la boca hablando de ella, se olvidad de practicarla. Y uno de ellos es precisamente el The Economist, el diario liberal, que al enviarle una carta mostrando los veintidós errores del artículo que yo detecté, decidió no publicarla. Y por cierto, estoy todavía esperando que el The Economist que apoyó la candidatura Bush (en las elecciones presidenciales de EE.UU.) no una, sino dos veces, y que ha sido el mayor forum ideológico neoliberal, favoreciendo la desregulación del capital financiero, tenga el mínimo de decencia de hacer una autocrítica de sus posturas económicas que nos han llevado a un desastre. Me temo que es pedir demasiado.

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