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Article publicat al diari PÚBLICO, 2 d’agost de 2012
Aquest article analitza els arguments que s’han donat en la majoria dels mitjans sobre la gran violència existent als Estats Units que es tradueix en l’elevadíssim nombre de morts per armes de foc dins del país. L’article analitza un per un aquests arguments, qüestionant gran part dels supòsits que els sostenen. Conclou que tal violència és resultat de la manca de cohesió social i grans desigualtats existents en aquell país dins d’una competitivitat darwiniana sense frens. L’article també critica el paper que els mitjans, així com la indústria cinematogràfica, juga en la promoció de tal violència.
La matanza de Aurora, en EEUU, un asesinato masivo realizado por un imitador de una figura creada en el imaginario cinematográfico, ha creado una conmoción en aquel país, contribuyendo a su imagen como un país violento. No hay que ignorar, sin embargo, que casi cada nación tiene ejemplos de asesinatos masivos, siendo el caso más reciente el perpetrado por un racista ultraderechista en Noruega contra las juventudes socialistas. Otros asesinatos masivos han ocurrido también en Dunblade, Escocia, en la Escuela Politécnica de Montreal, Canadá, y en Erfurt, Alemania, entre otros países.
Pero como bien ha escrito Michael Moore en varias ocasiones, la gran diferencia entre EEUU y estos otros países es que EEUU es el país en el que cada día del año existe el equivalente a dos Auroras. Como mínimo, diariamente 24 personas (entre ocho mil y nueve mil al año) son asesinadas con armas de fuego. Si además sumamos las personas que mueren por tales armas, bien por accidente, bien por suicidio, entonces, el número se triplica, alcanzando la cifra de 25.000. En realidad, EEUU es el país que concentra el 80% de todas las muertes por armas de fuego ocurridas en los 23 países más ricos del mundo. ¿Por qué?
La respuesta a esta pregunta es muy variada. Una de las causas sobre la que hay mayor consenso entre los expertos es el fácil acceso a tales armas. Es sumamente fácil comprar armas de fuego en EEUU. En muchos Estados sólo se pide el carnet de conducir (que en EEUU es casi equivalente al DNI) como prueba de identidad. Los defensores de la continuidad de esta situación de fácil acceso a tales armas (la gran mayoría de sensibilidad ultraderechista) subrayan que los que aprietan el gatillo son personas. No son las armas en sí, sino las personas que las utilizan, las que asesinan a otras personas. Este argumento ignora que sin tales armas, los asesinos no podrían utilizarlas para asesinar a otras personas. Una lucha entre vecinos que en otros países podría desembocar en una pelea física, en EEUU, en momentos de gran tensión, finaliza a base de tiros (con muertes incluidas).
Esta mentalidad en contra del control de las armas en EEUU ha sido atribuida a una cultura de violencia basada en un hecho histórico. EEUU se fundó sobre una masacre de la población nativa –el genocidio de los indios nativos- en el que la figura del típico western acababa siempre con la victoria de los cowboys sobre los indios. La filmografía tradicional estadounidense fue un continuo canto a esta conquista basada en el exterminio del pueblo nativo indio.
Ahora bien, como Michael Moore también ha indicado, otros países, como Alemania, han tenido en su propia historia ejemplos de exterminio masivo o genocidio, como ocurrió en el Holocausto. O España, que también ha cometido genocidios, como su famoso descubrimiento y supuesta “labor civilizadora” en América Latina, que se basó en el exterminio del indio nativo. En realidad, los grandes imperios, desde el británico al español, se basaron, por lo general, en el exterminio y/o sumisión de los pueblos nativos. De ahí que la peculiaridad de EEUU se diluya cuando se compara con la experiencia genocida de otros países. Canadá y Australia fueron países colonizados por la población blanca en contra de la nativa, sin que hoy tengan el número de asesinatos por arma de fuego que tiene EEUU.
Otra explicación que se ha dado a la amplia tolerancia a la tenencia de armas en EEUU es que su nacimiento como país independiente fue resultado de una revolución armada popular en contra de Gran Bretaña, que quería mantener su colonia a toda costa. Fue la ciudadanía armada (las milicias populares) las que derrotaron al imperio británico y de ahí que la Constitución declarara el derecho del pueblo estadounidense a permanecer armado, artículo constitucional que ha sido mal interpretado y manipulado por la ultraderecha estadounidense como una defensa de que cada ciudadano pueda acceder sin límites a las armas que desee. Los fundadores de la Constitución querían garantizar un derecho colectivo: el de que el pueblo estadounidense pudiera defenderse frente a un enemigo externo o frente a un dictador en caso de que surgiese. Pero no como un intento de que se utilizara para que cualquier ciudadano pudiera utilizar tal derecho para imponer sus intereses o deseos a otros. Y ahí está un conflicto que el Tribunal Supremo, en el improbable día que cambie su composición conservadora, tendrá que resolver. Por lo demás, no hay duda de que la extraordinaria facilidad para conseguir las armas de fuego es una de las mayores causas de asesinato por armas de fuego.
El capitalismo salvaje, sin guantes, con enormes desigualdades como causa
Si bien la accesibilidad a las armas es una causa contribuyente de primer orden, detrás de ello hay una cultura violenta, sin frenos, que se basa en la promoción de valores en un capitalismo salvaje en el que el miedo y la inseguridad están ampliamente generalizados. Y ahí está la raíz del problema. No hay plena conciencia en España, entre los círculos intelectuales y mediáticos, de la lucha diaria a la que la ciudadanía estadounidense tiene que enfrentarse en su vida cotidiana para alcanzar derechos sociales y laborales, que son considerados básicos y elementales en la mayoría de países europeos, y que continúan siendo inexistentes en EEUU. El hecho, por ejemplo, de que EEUU sea uno de los países con el menor número de días perdidos debido a huelgas no se debe al mayor grado de satisfacción del trabajador o del empleado con su empresa, sino al miedo e inseguridad que este trabajador tiene en su puesto de trabajo. El empresario puede despedirle cuando quiera (en caso de que no esté cubierto por un convenio colectivo, que cubre sólo a un 11% de la población laboral) y cuando el trabajador es despedido pierde, además del salario, su cobertura sanitaria y la de su familia (consecuencia de que el trabajador consigue su seguro sanitario a través de su trabajo, un sistema que es utilizado por el empleador para disciplinar y controlar su fuerza de trabajo. Despedir a un trabajador significa no sólo la pérdida del salario, sino también la pérdida de la atención médica de su familia).
Éste es un indicador, entre muchos otros, del grado de inseguridad de las clases populares, dentro de un sistema altamente competitivo en el que la seguridad brilla por su ausencia. Es una inseguridad y competitividad darwiniana promovida en los medios de mayor difusión. Y todo ello dentro de un contexto político que configura y reproduce unas enormes desigualdades por clase social, por raza y por género que rompen la cohesión social. EEUU confirma el hecho bien documentado de que a mayor desigualdad y menor cohesión social, mayor es la violencia existente en un país.
Y ahí está el quid de la cuestión. En este capitalismo sin guantes (como es el capitalismo estadounidense que ofrece escasa protección social), la violencia y la represión son funcionales al sistema. La pena de muerte está generalizada en Estados Unidos. La promoción de la violencia es parte de esta cultura de miedo, inseguridad y competitividad sin frenos.
La contaminación mediática de valores
Y la televisión y la industria cinematográfica juegan un papel determinante en esta promoción. La cantidad de violencia existente en los videojuegos y películas estadounidenses es enorme. No hay duda de que se está configurando una cultura extraordinariamente violenta, en la que existen, como resultado, el equivalente a dos Auroras en EEUU cada día. De ahí que una de las formas de contaminación que afectan negativamente la salud y bienestar de la ciudadanía sea la contaminación de valores –tales como violencia-, transmitida a través de los medios. Esta contaminación de la cultura de la violencia es tan tóxica como la contaminación física o química. En realidad, es incluso más peligrosa, pues apenas se percibe.
Y, paradójicamente, está bien documentado que la violencia más intensa y frecuente es la que existe en los videos y películas para los niños y jóvenes. En el año 1976 tuve que defender, frente al Comité del Congreso de EEUU que supervisa a la industria mediática, la postura de la Asociación Americana de Salud Pública (de la cual era miembro elegido del equipo directivo) que era favorable a la regulación de la televisión para niños en aquel país. Recordaré siempre aquel momento. Estaba yo solo frente a los presidentes de las tres compañías de televisión más importantes de EEUU en aquellos momentos: CBS, NBC y ABC, los cuales negaban que tales programas afectaran a los niños. Ante tal negación, les pregunté (frente a los miembros del Congreso): “Si ustedes creen lo que dicen, es decir, si ustedes creen que sus programas no influencian el comportamiento de los niños de este país, ¿por qué entonces cobran tres millones de dólares por cada medio minuto de anuncios comerciales orientados a niños que ven estos programas?”. No contestaron a esta pregunta, y ello a pesar de que varios congresistas del Partido Demócrata hicieron suya también tal pregunta, y se la repitieron en varias ocasiones. Por desgracia, el poder político no tomó las medidas necesarias para terminar aquella situación intolerable. Hoy en EEUU es más fácil ver que alguien golpee o corte el pecho de una mujer a que la acaricie en un acto erótico. La tolerancia hacia la violencia sirve una función que explica su promoción. De ahí la gran urgencia de que se haga algo sobre ello, incluido en España, donde tal contaminación de valores es también masiva en los medios, incluyendo los cinematográficos. Estados Unidos tiene muchos elementos de su cultura dignos de inspiración. Pero la mayoría de los productos que se importan en los medios españoles, y en particular, los violentos, deberían rechazarse por su efecto contaminante tóxico. Por desgracia, no está ocurriendo. ¿Por qué los llamados representantes políticos de la ciudadanía permanecen tan pasivos frente a tal contaminación?
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